En 1934 se traslado a Buenos Aires, donde se
dedico a una fructífera vida intelectual.
Era un hombre de vida familiar; casado con Blanca Moreno Alvariza,
tuvieron 5 hijos. Durante sus casi 55 años de matrimonio tuvo en ella
a la compañera que desde el hogar lo apoyo de manera silenciosa,
acompañándolo desde un lugar discreto y brindándole la atmósfera
adecuada para el desenvolvimiento de su vida profesional.
Escritor y estudioso polifacético abarco varias ramas del conocimiento
científico relacionadas con teoría de la cultura, ciencias
antropológicas, filosofía de la historia, análisis sociológico,
literatura, investigación folklórica y musicologica, periodismo de
ideas. Conocedor de varios idiomas (latín, griego, ingles, francés,
italiano, alemán) fue traductor entre otros libros de "Las llaves del
Reino" de A.J. Cronin.
Fue autor de numerosos libros: "Viejas historias descorazonadas"
(1937), "Confortantes y prodigiosas historias del poeta Esteban
Malanik" (Premio Municipal año 1938) "Las supersticiones. Contribución
a la metodología de la investigación folklórica" (1939, coautor con
Rafael Jijena Sánchez), "Manual guía para el recolector"(1951),
"Fiestas tradicionales argentinas" (1954) "Folklore argentino"( 1959,
obra que incluye trabajos de varios autores), "Juan Alfonso Carrizo.
El ser nacional frente a la tradición y la ilustración" (1963, 2º
premio en el Certamen Nacional "Juan Bautista Alberdi"),"12 historias
del ser y el no ser" (1971),"Claves para la interpretación
argentina"(1980) "El hombre, la cultura, la historia. Ensayo de
Antropología, Holistica e Historiografía"(1986), "El ocaso de la IV
Argentina federal"(1991, coautor con su hermano Tulio Jacovella).
Colaboro en numerosos diarios y revistas, publicando cerca de un
centenar de artículos especializados
En su extensa trayectoria se desempeño como: Secretario Técnico del
Instituto Nacional de la Tradición (actualmente Instituto Nacional de
Antropología), Director General del Teatro Colon, Director del
Instituto Nacional de Musicología. Fue profesor titular de la Cátedra
de Antropología Social en el Instituto de Ciencias Políticas de la
Universidad del Salvador, y de las Cátedras de Etnomusicología y
Folklore de la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la
Universidad Católica.
Desde el periodismo de ideas, en la década del 50 co-dirigioó junto
con su hermano Tulio Jacovella, las Revistas "Esto Es" y "Mayoría", y
posteriormente el Diario Mayoría (1973-1976). Fue director del
Suplemento de Letras, Artes y Ciencias del mismo (1974-1976) y
director de la Revista "Esto Es Tecnología y
Modernización"(1980-1981).
Como docente e investigador se caracterizo por su generosidad
intelectual, no acaparaba el saber para sí, sino que generaba en sus
discípulos la capacidad de pensar, cuestionar, analizar y profundizar
ideas, pensamientos y opiniones.
En noviembre del año 2002, la Facultad de Filosofía, Historia y Letras
de la Universidad del Salvador, en reconocimiento a su aporte
intelectual, creo la "Cátedra de Etiología Cultural Argentina Prof.
Bruno C. Jacovella", dirigida por la Prof. Olga Fernández Latour de
Botas, destinada al análisis, interpretación y profundización del
estudio de la cultura.
En el año 2003, la Secretaria de Cultura de la Presidencia de la
Nación publico en la Colección de la Memoria el libro "Cultura y
Sociedad. Bruno C. Jacovella" con una selección de trabajos de la
extensa obra de Jacovella realizada por el Prof. Enrique Zuleta
Alvarez quien además dedica él capitulo inicial a una reseña
biográfica sobre su vida y obra.
Considerado uno de los grandes intelectuales argentinos, Bruno
Jacovella fue por sobre todas las cosas un hombre de bien, bondadoso,
incuestionable en su honestidad, Dedico su vida de manera silenciosa y
discreta a la ayuda solidaria. Sencillo y sobrio, afable y dueño de un
fino y agudo sentido del humor, siempre con su sonrisa franca, fue
ejemplo de humildad.
Par complementar estos datos gentilmente proporcionados vamos a
incluir esta biografía realizada por el señor
Rubén Pérez Bugallo:
Conocer personalmente a Bruno
Cayetano Jacovella en Julio de 1972 me cambió la vida. Un compañero de
trabajo de la Chrysler Fevre Argentina S.A. tuvo la buena idea de
invitarme a presenciar una clase del maestro en la Escuela de Danzas
Tradicionales Argentinas de Lomas de Zamora. Concurrimos, me lo
presentó y conversamos largo rato; yo refiriéndome a sus obras -que
venía leyendo desde hacía tiempo, alternándolas con mis estudios de
odontología- y él interesándose por mis empíricas recolecciones de
música criolla bonaerense. Concertamos una nueva entrevista en la sede
del Instituto Nacional de Musicología, en la calle Quintana de la
Capital Federal, casi sobre "Las Cinco Esquinas". Y allá fui con mi
guitarra, entusiasmado con la posibilidad de acceder a los archivos y
la biblioteca en los que había trabajado Carlos Vega y donde ahora
Jacovella oficiaba de digno sucesor.
Esa primera visita al Instituto se convirtió, al igual que las
subsiguientes, en una sesión de registro documental en la que el
Director fue grabando muchos de los antiguos temas bonaerenses que yo
conocía por tradición familiar o por haberlos recogido "de oído" en
mis andanzas campesinas. La cinta -rotulada hasta hoy como
correspondiente a la Sesión de Trabajo N°38- fue creciendo en
testimonios musicales mientras yo iba accediendo paulatinamente a las
lecturas recomendadas por el maestro.
Un buen día me decidí. Le pregunté a boca de jarro cómo tenía yo que
hacer para trabajar allí con él. La respuesta no se hizo esperar.
Reconoció en mí alguna experiencia en los temas que él y sus
investigadores trataban pero me advirtió que mi nombramiento sólo era
posible en caso que yo tuviera un título habilitante relacionado con
la actividad científica del organismo. Me habló básicamente de las
posibilidades que ofrecía la Escuela Nacional de Danzas - un título de
Profesor Superior de Folklore en tres años- y de la importancia de una
carrera como antropología en la Universidad. También insistió en que
meditara todo muy bien, porque las vacantes oficiales siempre eran
escasas y los sueldos de quienes lograban ingresar distaban bastante
de alcanzar un nivel que les permitiera vivir dignamente. No se habló
más del tema. Pensé muy bien mi decisión. Marzo de 1973 me encontró
fuera de Odontología y cursando a la vez mis dos nuevas carreras,
Antropología y Folklore (sin dejar, claro está, de ganarme la vida en
la fábrica de automóviles). Decidido a todo, había dado ya forma al
Grupo Antigal, de modo que mis fines de semana estaban necesariamente
ocupados en ensayar y/o actuar. Ni hablar de frecuentar el Instituto o
de visitar al maestro. Y así pasaron cuatro años en los que "me perdí"
no sólo para Jacovella sino para todo lo que no tuviera que ver con el
estudio y el trabajo.
Un buen día Don Bruno llamó por teléfono a casa. Me recriminó
jovialmente mi prolongada desaparición y quiso saber si ya había
obtenido mi título de antropólogo, dado que en el Instituto había que
cubrir el puesto. Confundido, incrédulo y atolondrado, le expliqué que
rendir cada materia no era cosa sencilla -sobre todo para quien tenía
como obligación principal mantener una familia trabajando- y que tal
vez en dos o tres años terminaría al menos de cursar. Estábamos por
cortar tras la resignada frase "otra vez será" dicha por el maestro a
modo de despedida cuando recordé un detalle casi milagroso; ¡El título
de la Escuela de Danzas sí que lo tenía…! Hacía un año que había
terminado esa carrera y en el fragor de mis muchas ocupaciones casi lo
había olvidado. Jacovella no dudó un instante. Me hizo concurrir
inmediatamente al Instituto y me nombró Auxiliar Técnico. Comencé así
mi carrera de investigador rentado, el día 9 de mayo de 1977.
Cuento esta anécdota por escrito- lo he hecho muchísimas veces
oralmente- para mostrar uno de los principales rasgos de la
personalidad de Bruno Jacovella: su permanente disposición para
atender los problemas de los demás - científicos o no- para tender una
mano solidaria, para dar lugar a su lado a quienes descubriría
entusiastamente predispuestos al trabajo. También quiero destacar su
excelente humor, siempre presente y exacerbado durante los "tés
culturales" que él mismo preparaba para el personal a su cargo, en los
que animaba las conversaciones matizando las más intrincadas
cuestiones epistemológicas con insólitos chascarrillos de su exclusiva
cosecha. Recuerdo su simpático emperramiento por sostener algunos
rígidos preceptos cuando de definir el fenómeno folklórico se trataba.
Y su olímpica calma para hacer caso omiso de la circunstancial
histeria de algún alto funcionario de turno, de esos que piden
informes "para ayer" sin advertir que tal vez tengan que irse mañana.
De su actividad periodística hablan por sí solas sus colaboraciones en
"La Nación", "Histonium", "Mundo Hispánico", "Dinámica Social" y otros
medios. Y mejor aún los emprendimientos editoriales de los que fue
protagonista: el periódico "Mayoría", concebido junto a su hermano
Tulio, que comenzó a aparecer el 16 de noviembre de 1973; la revista
"Esto es Música" iniciada en noviembre de 1980 y "Esto es Tecnología y
Modernización", otra revista que circuló en 1981 y 1982. De sus
incursiones en la Literatura son buen ejemplo sus libros Viejas
historias descorazonadas (1938), Confortantes y prodigiosas historias
del poeta Jerónimo Malánik (1939) y 12 Historias del ser y del no ser
(1971).
Su labor científica en el campo del Folklore y la Antropología marca
hitos insoslayables en la historia argentina de esas disciplinas.
Comenzó colaborando con Juan Alfonso Carrizo en su Cancionero Popular
de Tucumán (1937). A los dos años dio a conocer Las supersticiones.
Contribución a la metodología de la investigación folklórica, escrito
junto a Rafael Jijena Sánchez. Su Manual-Guía para el recolector data
de 1951 y Fiestas tradicionales argentinas de 1953.
En 1959 contribuyó con tres artículos a la conocida obra Folklore
Argentino.
Fueron Las regiones folklóricas argentinas, Las especies literarias en
verso y nuevamente Las supersticiones. Al año siguiente apareció Los
conceptos fundamentales clásicos del folklore. Análisis y crítica, y
tres años después su biografía sobre Juan Alfonso Carrizo, a la que
precedió con un ensayo titulado El Ser Nacional frente a la tradición
y la ilustración.
Inició su gestión directiva en el Instituto Nacional de Musicología
concibiendo y logrando la publicación de la antología de Las canciones
folklóricas argentinas en 1969. Colaboraba por ese entonces en la
revista Universitas con artículos como "El Arte Moderno y la Edad
Moderna" (1968) y "Consideraciones antropológicas e históricas sobre
política educacional" (1969).
Imposible resulta detallar aquí la totalidad de sus aportes a
congresos y revistas especializadas. Pero algunos de sus títulos darán
idea de cómo su pensamiento fue evolucionando por otra problemática
sin abandonar temas puntualmente folklóricos: "Historia y Ciencia de
la Literatura" (1978); "Los alcances de los conceptos folk y folklore.
Acerca de nuevas formulaciones" (1979); "La crisis de la idea
romántica de Cultura" (1979); "Los cuatro universos musicales" (1980);
"El caso de la López Pereyra" (1980); "Ciencia y Cultura, una difícil
complementación" (1981);
"La preocupación etnopaidética en la escuela post-moderna, con
especial referencia a la Argentina" (1982); "Los cambios
socio-culturales de la Edad Post-Industrial y las constantes humanas"
(1983). Este proceso reflexivo culminó con su muy meditado libro "El
Hombre, la Cultura, la Historia. Ensayo de Antropología Holística e
Historiología" (1986). Un año después, Ediciones Dictio lanzó sus
selecciones de los cancioneros de Carrizo precedidas de una
Introducción de Jacovella, con lo que el maestro cerró virtualmente su
ciclo productivo retornando a sus viejos temas de interés.
Tuvo materias a su caro en el Conservatorio Nacional, la Escuela
nacional de Danzas, La Universidad del Salvador y la Universidad
Católica. Pero toda su vida fue una cátedra. No perdía oportunidad de
ilustrar con su erudición y había que ser muy indiferente para no
escucharlo con deleite, porque era tan permeable a la cordialidad como
refractario al empaque y la afectación. Hasta 1990, año en que con el
Dr. José Antonio Faro y los profesores Miguel Angel Elías y José
Manuel Moreno lo secundamos en las Primeras Jornadas Santiagueñas de
Folklore, tuvo permanente presencia en congresos y reuniones
científicas. Combinaba ya por ese entonces cierto aire distante con
una curiosa tendencia a hacer participar repentinamente de sus
elucubraciones a sus circunstanciales interlocutores, aunque estos no
estuvieran ni cerca de su profundidad analítica.
Sus proverbiales distracciones se acentuaron con el tiempo, en forma
directamente proporcional a su paulatina inmersión en los terrenos
filosóficos. Lo acompañé en varias oportunidades por el interior del
país dando charlas o cursos. Y en más de un caso, luego de haber
ofrecido una conferencia magistral, me sorprendería acercándose con
actitud misteriosa para preguntarme en qué ciudad nos hallábamos.
En estos últimos años lo visité muchas veces en su casa para acercarle
mis trabajos y escuchar atentamente sus observaciones. Tuve el honor
de que presentara en 1993 uno de mis libros, lo que entiendo fue su
última aparición pública vinculada al quehacer científico. Sabiéndose
el último de una brillante camada de humanistas nacidos hacia
principios de siglo, hacía ya tiempo que tomaba en sorna su propia
postura teórica para asegurar que no era el folklore lo que constituía
una supervivencia, sino que en realidad lo era su propia persona.
Había nacido en 1910, en San Miguel de Tucumán, "el día que el
Escorpión araña con su aguijón declinante el talón naciente del
arquero", según escribió alguna vez. Se fue de este mundo en Buenos
Aires, en 1996, justo una cifra supersticiosa de días antes que la
virginidad mitológica fuera reemplazada por una mercantil balanza.