Nació
el 7 de julio de 1923 en El Galpón, provincia de Salta en la República
Argentina. El Galpón es un pequeño pueblo, un antiguo lugar de
carreteras hacia la provincia del Chaco, en el que Falú permaneció muy
brevemente. Hijo de Juan
Falú y Fada Falú, ambos sirios de igual apellido pero no parientes.
"Mi padre -nos cuenta Falú- era bastante soñador. Nunca se enriqueció
con su comercio. Andaba siempre con la Biblia, leía los versos en árabe,
amaba la poesía. Aún percibo el olor de los lazos, cueros y quesos con
que mi padre llenaba el carruaje donde viajábamos, resultado del trueque
de las mercaderías rurales por productos regionales. Mi infancia -
continúa en su relato - transcurre en el Departamento de Metán, allí
tuve mi primer caballo, "El Potro". Al negocio de almacén cayeron un
día, para la venta, unas guitarras. Entre ellas y los serruchos que
colgaban se estableció, en los días de algún breve temblor de tierra,
una especie de vibradora y temblorosa sinfonía, muy curiosa, que, a lo
mejor, me introdujo en el mundo de la música…".
Atraído por esa curiosa sinfonía,
a los 11 años ya tenía entre sus manos una guitarra, propiedad de
su hermano mayor, Alfredo. Alfredo tomba clases con un profesor y
Eduardo lo copiaba al pie de la letra, y así, sacó sus primeros tonos.
"La guitarra en esos tiempos - nos
dice Falú - era cosa mal vista y una carta blanca para la farra. Con
ella, conocí un mundo corajudo, un verdadero sainete costumbrista, y
entreví mi destino guitarrero".
A los catorce años se muda con su
familia de Metán a Salta donde la guitarra lo termina de conquistar para
siempre. En Salta conoce a Arturo Dávalos y poco después a Jaime
Dávalos, autor
de innumerables poemas a los que Falú le pone música.
Se casa con doña Aída Nefer Fidélibus,
a quien, cariñosamente, llama Nefer. La vida les da dos hijos: Eduardo y
Juan José. Juan José, al igual que su padre, siente una gran afición por
la guitarra y el canto.
De estatura sobresaliente, ojos
verdes, tristones, inundados de esa nostalgia de árabe acriollado en una
tierra que aprendió a amar, casi más que a sí mismo. De esa mirada que
fluctúa entre la interrogación y el asombro, se desprende bondad y
mansedumbre, y tal vez un dejo de altivez sin desafío, que deja al
descubierto un alma verdaderamente límpida, frontal, sincera.
Falú escapa a todos los esquemas
estereotipados de "bohemio", por el contrario, es un buen deportista al
que le gusta nadar, cazar y volar. De ademanes serenos y reposados es,
entre ajenos, un hombre serio, y entre amigos, de una cordialidad
amistosa entrañable.
Es andariego, nostálgico, vehemente y
ávido de saber. De fina intuición para adivinar la naturaleza y
sentimientos de quienes lo rodean y elegir sus amistades con seguro
instinto. A sus naturales cualidades, Falú ha sumado su disciplina, su
responsabilidad, su cordura. Ha sabido ordenar el vuelo de su
imaginación.
Su primera guitarra fue una de esas,
como ya dijimos, que colgaba entre serruchos y cencerros y que sonaba
con cada temblor del suelo salteño. Años más tarde la Antigua Casa Nuñez
le hizo llegar una guitarra a Metán. De esa guitarra Falú nos cuenta: -
"Al desembalarla y sentir el olor de la madera lustrada y al admirar el
brillo que despedían su tapa, caja y clavija mecánico, me pareció ser el
poseedor del instrumento más valioso del mundo".
Ya en Buenos Aires, conoce a un gran
luthier, Francisco Estrada Gómez, buscador y creador de nuevas formas
para lograr más volumen de sonido. La primera guitarra de doble fondo
que él ideó y construyó, fue para Falú.
El propio Falú escribió: "Pocos
instrumentos son capaces de expresar emoción, patetismo, alegría y todos
los estados del alma con tanta fidelidad como la guitarra".
Eduardo Falú es un artista
multifacético, aclamado de forma internacional, imposible de encasillar
dentro de una sola idea. Es un refinado guitarrista, cantante consumado
y un distinguido compositor. La calidad de su barítona voz, es admirada
y amada en el mundo entero. Escucharlo, eleva y purifica.
La trayectoria artística de Eduardo
Falú comieza en el ambiente familiar, más tarde se extiende a Buenos
Aires, capital de la República Argentina, para luego conquistar y
apasionar a los públicos más disímiles: América, Europa, Rusia, y Japón.
Como compositor, no sólo es el creador
de obras modernas folclóricas, sino también de obras clásicas.
En su música se advierte una marcada
influencia de las melodías de su provincial natal. Salta tiene ritmos
propios: El Carnavalito, el Bailecito, la Cueca y algunos otros
derivados de la combinación de la música india propia del lugar, y las
melodías españolas que acompañaron a los conquistadores.
Si bien algunas de sus composiciones
nos cuentan historias de los mineros bolivianos, los trabajadores en las
zafras, los barqueros del Río Paraná, otras canciones nos relatan
aspectos más universales de la humanidad: amor, muerte, soledad, coraje
y la injusticia.
En el género épico de algunas de sus
obras se refleja la herencia de viejas tradiciones. La música para el
poema "Romance de la Muerte de Juan Lavalle", de Ernesto Sábato, refleja
la lucha por la independencia.
En colaboración con Jorge Luis Borges
(1899-1986) le da vida a "José Hernández" , -la pobreza del gaucho que
habitaba las pampas argentinas.
Eduardo Falú ha creado música para más
de un centenar de poemas, no sólo de Jorge Luis Borges y Jaime Dávalos,
sino también de León Benarós, Manuel Castilla, Alberico Mansilla entre
muchos otros.
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