José
Juan Botelli nació en Salta el 10 de febrero de 1923. Estudió con
maestros como José Mantuano, Juan Dacal, Alberto Prevot, Emerencio
Kardos. Empezó a componer desde 1946 tanto en música popular como en la
formal de cámara. Sus obras populares fueron grabadas por los más
destacados en el género, como Ariel Ramírez, Eduardo Falú, Los
Fronterizos, Los Chalchaleros, Jorge Cafrune, Horacio Guaraní, María
Eugenia Dávalos, Adelina Villanueva, Melania Pérez, Las Voces del
Huayra, Los Cantores del Alba, Eduardo Madeo, Los Federales, José
Larralde, El Chaqueño Palavecino, César Isella, Grupo Querencia y otros.
Ha compuesto canciones con poetas y letristas como Juan Carlos Dávalos,
Roberto García Pinto, Jaime Dávalos, José Ríos, Antonio Nella Castro,
Miguel Ángel Pérez, Jorge Días Bavio, José Gallardo, Jacobo Regen.
La Editorial Lemoine de París, le editó sus ?Cuatro Variantes para
Guitarra?, una obra que grabó e interpreta Pablo Márquez. El Senado de
la Nación, en Buenos Aires, en 1997 premió su labor artística, como
músico y poeta. Tiene otros premios como ?El Premio Persona?, ?El Uno?,
?El Olimpia? y muchos otros por su labor musical y literaria en el que
tiene el ?Primer Premio Regional del NOA? en narrativa por su libro
?Gallero Viejo?.
Fue director de Cultura de la Provincia en dos oportunidad, delegado del
Fondo Nacional de las Artes, desde 1970 al 73. Se jubiló de Profesor
Titular de Música en el Colegio Nacional de Salta, para el que fuera
propuesto por Juan Carlos Dávalos y Roberto García Pinto. Es también
escritor y lleva publicado 18 títulos. Como escritor, colaboró en
diarios como La Prensa, Clarín de Buenos Aires, como en la revista
?Folclore? de la misma ciudad, ? La Voz del Interior, de Córdoba,
?Pregón? de Jujuy y desde su fundación aquí en Salta en ?El Tribuno?.
A
José Juan Botelli es común encontrarlo
sentado en medio de sus nostalgias. En su vieja casa de la calle
Necochea los recuerdos están enmarcados en cuadros, detenidos en fotos,
atrapados en las anécdotas que al "Coco" le brotan nítidamente, sin
esfuerzo... como su música.
Un escritorio antiguo con un vidrio.
Debajo, las escenas de una vida, en blanco y negro. En las paredes,
cuadros. Pinturas grandes, obsequios de aquellos amigos con los que
compartía las tardes y las noches en el patio de don Juan Carlos
Dávalos, bajo la morera. Y entre las pinturas, más fotos. Chiquitas,
espiando desde la memoria y la admiración: Ramiro Dávalos, Gustavo
Leguizamón, Manuel J. Castilla, Manuel De Falla, Maurice Ravel, Igor
Strawinski, José Hernán Figueroa Aráoz, Jorge Hugo Román...
El "Coco" Botelli es un lúcido
representante de aquella Salta que quedó en los libros y en la memoria
por su rico caudal de artistas: escritores, músicos y pintores. Así, por
separado, o todo al mismo tiempo, como es el caso de Botelli, que tiene
varios libros publicados, varios cuadros colgados y toda la música
echada al viento. Eran los años '40, '50... Ellos eran jóvenes, y al
mismo tiempo grandes, muy grandes. Ahora, Botelli habla y el pasado
llega como tropel, superpoblado. Pero no lo estanca. Lo enriquece, pero
no lo estanca. Y es que el presente es también tan rico que la
convivencia parece casi perfecta. El joven Botelli que acompañaba a don
Juan Carlos a dar largas caminatas o se enredaba en contrapuntos de
piano con el "Cuchi" se mueve cómodamente en este cuerpo de más años,
más rituales y menos alborotos. Conviven. Y de a ratos habla uno, y de a
ratos habla el otro.
"Comencé con la música a los doce años,
aquí en Salta y mi primer instrumento fue el bandoneón", recuerda, y no
mezquina detalles: "Mis hermanos trabajaban en Huaytiquina, la línea que
iba a Chile, y cada uno se compró un bandoneón, pero nunca pudieron
aprender a tocar nada. Yo los agarré y al poco tiempo ya estaba tocando
de oído. Ahí nomás me mandaron a estudiar con José Mantuano, profesor
que tenía un conjunto de tango. Entonces aprendí las primeras piezas
clásicas, como "Desde el alma", el vals de "Rosita Melo" y la zamba "La
jujeñita", que no volví a escuchar nunca más".
Eran los años mozos y la música era
importante, pero no lo era todo. Por eso, a los quince se fue con su
amigo Juan Britos "de linyera", a Buenos Aires. "Hemos mentido que nos
íbamos a los cerros, cosa que siempre hacíamos, y hemos vuelto recién al
mes, bien flacos. Andábamos en los trenes de carga, nos bañábamos en el
Paraná. Pura aventura... Me acuerdo que cuando volví, mi hermano mayor,
que hacía de jefe del hogar porque mi papá murió cuando yo tenía tres
años, no me dijo nada. Llegué y me senté a tocar el bandoneón en el
patio. Y no me dijo nada. Qué iba a decir si yo ya no tenía remedio".
Botelli abrazó el fuelle hasta que un día, de esos que suelen marcar
comienzos, a su hermana Ofelia le compraron un piano vertical. Y empezó
a tocar.
Y empezó a crecer. "Me mandaron a
estudiar con Juan Dakal. Después pasé a mi maestro de toda la vida,
Alberto Prevot. Después estudié armonía con Emerencio Kardos. A los
quince, con el acordeón a piano, hice mis primeros valsesitos. Luego
estudié tres años en Tucumán, me llevó mi primo Gabriel Salazar, que fue
mi mecenas. Ahí aprendí mucho con Enrique Mario Casella. Después volví y
en el año '37 o '38 conocí a Jaime, y a través de él a todos los
Dávalos".
Botelli estudió y creó. Y en eso, por lo
menos genéticamente hablando, no registra antecedentes. "Mi papá tocaba
algo la guitarra, de oído. Mi hermana era la que empezó a estudiar
música, pero el habilidoso resulté ser yo".
Y en aquellos años, la habilidad - según
revela la historia-, parecía ser contagiosa. Y se contagiaba entre
pares, entre jóvenes entusiastas que se reunían en torno de una figura
que los aglutinaba, los cobijaba y los invitaba constantemente a
producir. "Conocí a mucha gente en la casa de Don Juan Carlos Dávalos,
donde todos eran artistas. Ahí los conocí a todos: al Cuchi, a Jacobo
Regen, a Miguel Angel Pérez, a todos... En su casa de la 20 de Febrero,
don Juan Carlos tenía tres patios. Había uno con una morera y ahí nos
encontrábamos. El tenía una portentosa amenidad, recitaba a los clásicos
y a nosotros nos fascinaba. Conversábamos alrededor de algún vinito que
él compraba. Era muy generoso. No podía estar si no te invitaba algo.
Las reuniones eran fiestas que organizaba el Arturo, asados que él mismo
hacía. Don Juan Carlos animaba todo, siempre estaba hablando y nos
entretenía. A veces sacaba un libro y se ponía a leer, después cada uno
de los presentes recitaba sus propias composiciones. Jacobo recitaba lo
suyo, Arturo lo de él. El nos escuchaba y nos estimulaba para que
siguiéramos escribiendo. Uno le contaba algo y él inmediatamente te
decía: `escribí eso, es literario'".
Este tramo de su vida, a Botelli, le
llega con el espesor de los buenos vinos, lo bebe sorbo a sorbo y le
baja suave, lentamente... "A veces yo estaba tocando el piano en esta
misma habitación y llegaba don Juan Carlos, golpeaba el vidrio con su
bastón y nos íbamos a caminar por la ciudad. Terminábamos tomando una
cerveza en el parque y el viejo siempre se quedaba a charlar en
cualquier lado. Todos lo invitaban porque era un personaje. Yo considero
que él ha sido mi maestro. Y ha sido mi padrino, porque yo estaba sin
trabajo y me hizo debutar en la docencia, como profesor en el Colegio
Nacional. Ahí enseñé desde el '55 hasta el '82".
..Los
de antes
Botelli es todo un caballero. Esos
hombres "de antes", que se desviven en atenciones. Galante como pocos,
abre la puerta e invita a pasar. Y entre sus paredes pobladas de
recuerdos, vuelve una vez más a la banqueta de madera oscura, coloca sus
manos sobre el viejo piano, lo acaricia, agacha la frente, y comienza a
tocar. "Una milonguita, para ustedes". Y uno se queda ahí, y apenas
atina a decir gracias. Porque se pueden regalar muchas cosas en la vida,
pero cuando un artista de su talla se molesta en ofrecer ese intimismo,
uno se siente infinitamente privilegiada. |