Jueves 5 de Julio de 2001
Habrás escuchado varias veces eso de que “no hay negros en Argentina”.
Sin embargo, los descendientes de africanos son más de un millón y medio en el
país y a diario tienen que toparse con toda clase de aberraciones racistas y
discriminaciones algo más sutiles. Basta hablar con los involucrados y
entrometerse en algunos casos de injusticia para descubrir el peor lado del ser
nacional.
POR CRISTIAN VITALE
La mayoría de los argentinos piensa que en el país casi no existen
descendientes de africanos, que los negros acá son cosa del pasado, seres
congelados en manuales de primaria vendiendo mazamorra o sirviendo a los ricos
criollos del siglo XIX. En realidad, se calcula que hoy, los afrodescendientes
en Argentina son entre 1.500.000 y 1.800.000, casi el 5 por ciento de la
población total del país (si a esas cifras se les sumasen mestizos y
amerindios, el porcentaje ascendería al 15 por ciento). Esos fueron los resultados
que obtuvo Laura Fegelman, una genetista argentina radicada en Oxford, Estados
Unidos, al realizar un estudio que parece destinado a contradecir el proyecto
positivista, blanco y occidental encargado de contar la historia oficial en las
últimas décadas del siglo XIX. “Es común en Argentina decir que no hay negros,
y esto no es así”, coincide Eugenio Zaffaroni, titular del Inadi (Instituto
contra la discriminación, la xenofobia y el racismo). “Son muchos y es
verosímil que alcancen ese porcentaje.”
Una parte de los negros que vive hoy en Argentina, como el ex cantante
de Todos Tus Muertos, Fidel Nadal (ver aparte), son tataranietos o choznos de
esclavos del siglo XIX. Otros son descendientes de nuevas inmigraciones
ocurridas en la primera mitad del siglo XX. Muchos se replegaron en varios
sitios del conurbano bonaerense como La Matanza, Moreno o Merlo, y también en
varias provincias, entre ellas Córdoba, Corrientes y Santa Fe. También existe
una importante comunidad de caboverdianos en el país, hijos o nietos de
aquellos que llegaron como mano de obra barata para trabajar en la actividad
pesquera de los puertos argentinos más importantes. De hecho, existen
comunidades negras –hijos de inmigrantes llegados en la primera parte del siglo
pasado– que habitan en derredor de los puertos de Dock Sud, Ensenada, Rosario y
Campana.
En una escena que tritura el mito acerca de que no hay negros en
Argentina, el No se sentó con siete afrodescendientes que contaron sus
historias en un bar bastante coqueto de Avellaneda. Cuando se levantaron, todos
juntos, enfilaron hacia la puerta mientras los parroquianos, casi todos,
clavaban la mirada en ellos. Un hombre de unos 50 años murmuraba algo a su
mujer mientras se rascaba la rodilla. Otro, en una mesa cercana, se tocaba su
anillo de oro. Supersticiones racistas. Los siete negros argentinos ni se
inmutaron. “Estamos acostumbrados a esto, es una forma sutil de discriminar”,
dijo Miriam García, la voz cantante del grupo.
Así es: el sueño cosmopolita parece no incluir a todos. Detrás del
formalismo jurídico y la a veces forzada corrección política, se esconde un
alto grado de xenofobia. “El porcentaje de africanos o descendientes en
Argentina aumentó significativamente en los últimos años. Por eso digo que el
país se va a convertir en un caldero social. Los ataques a los negros son cada
vez más frecuentes, nos atacan igual que a los descendientes de aborígenes.
Esta es una sociedad bastante intolerante. Además, no sé por qué se impuso la
idea de que no hay más negros en Argentina”, se queja amargamente Miriam.
El padre de Gerardo Libramento emigró de Cabo Verde .-un archipiélago
de Africa del Norte, de apenas 400 mil habitantes– a la Argentina en 1950. En
aquel entonces, el país precisaba mano de obra para trabajar en los barcos. Así
fue cómo don Libramento, hundido en la pobreza de su país de origen, decidió
instalarse en Dock Sud. Tuvo un hijo y lo llamó Gerardo.
Gerardo nació y se crió en el “Docke” entre petróleo, agua podrida y
limitaciones de todo tipo. Sin embargo, las circunstancias no le impidieron
desarrollar su carrera de actor. Primero fue extra, y le fue bastante bien,
pero después, cuando estaba creciendo en el rubro, empezó a tener problemas.
“Tengo un juicio hecho por discriminación, agresión y amenaza de muerte. Fui
discriminado, golpeado, amenazado y perseguido psicológicamente. Los del
sindicato de extras alegan que las producciones de los canales no quieren gente
de color. Me quisieron echar, y me persiguieron durante 3 años”, descarga.
Gerardo hizo la denuncia en la Secretaría Nº 61 del Juzgado Penal Nº 8.
Y, al ver que no le daban soluciones, radicó otras denuncias en el Juzgado
Federal, el Inadi y el Ministerio del Interior. “Además, organicé marchas
contra la discriminación que hace la gente de la TV contra gordos y viejos. Con
eso, me gané gas paralizante en los ojos y que me gritaran ‘negro de mierda,
volvete al Africa’.” El No intentó hablar del caso con el secretario general
del Sindicato de Extras, Sebastián Acosta, pero él no quiso opinar al respecto.
El caso de Gerardo abre todo un debate sobre el funcionamiento de la
Justicia argentina respecto de los afrodescendientes. Formalmente, la ley
garantiza el respeto de todos los seres humanos que habitan este suelo sin
distinción de clase, color de piel o religión. Sin embargo... “Nosotros
llevamos la peor parte, porque somos los más pobres entre los pobres en este
país, y encima somos negros”, asegura Miriam.
“La Justicia es lenta con nosotros. No reconoce la discriminación. Yo
tengo testigos de los golpes, de la amenaza de muerte, los médicos de la
policía certifican los daños y tengo una psicóloga que dice que tengo daños
psicológicos. Y a pesar de todo, los que me hicieron daño siguen sin procesar.
Hay dos tipos que están prófugos y que no los buscan”, remarca Gerardo,
mientras se acomoda su gorro multicolor. “Yo salgo a la mañana y no sé si
vuelvo a la noche. Tengo muchas ganas de irme a vivir a Estados Unidos, a una
comunidad negra que garantice mis derechos de ciudadano.”
El caso de Gerardo es arquetípico. En Argentina hay miles de denuncias
hechas por discriminación contra inmigrantes negros, bolivianos, paraguayos,
coreanos y peruanos. Según Zaffaroni, en la Argentina existe un 20 por ciento
de fascistas. Sin embargo, hay una actitud algo más silenciosa detrás que,
fácilmente, duplicaría esa cifra. “El racismo contra los negros no se lo ve de
una manera tan manifiesta, y tampoco hay un discurso contra ellos, porque no se
los visualiza. Pero hay una forma de racismo al negar su cultura. El decir ‘no
hay negros’ es una forma sutil de negarlos. Sin embargo, tenemos denuncias
concretas de algunos grupos de skinheads que agreden a negros en la zona de
Belgrano”, completa el interventor del Inadi.
“En el juzgado federal me decían: ‘en el juzgado penal, vos no
declaraste que los golpes vinieron por una discriminación’, y en el juzgado
penal no me habían dejado declarar eso porque decían que era un delito federal.
Se tiraban la pelota entre ellos. A mí me dijeron ‘volvete al Africa, negro de
mierda’, y en los juzgados me dicen ‘no... te llaman negro como te pueden decir
gordo... No es tan así, aguantate la joda. Pero a mí me lo dijeron
directamente: ‘vos no trabajás en televisión porque sos negro, vos a mi
programa no venís porque sos de color’. Hasta han llamado a mi mamá por
teléfono amenazándola: ‘dígale a ese negro que no venga más porque lo vamos a
matar’. Total, si matan a un negro nadie se entera”, completa Gerardo.
Miriam se la pasa en el Inadi tratando de defender a sus hermanos de la
exclusión social. A diario lleva denuncias que tienen que ver con injusticias
laborales en perjuicio de los descendientes de africanos. “No está tipificado
lo que es el racismo antinegro en Argentina. A nosotros nos ha costado en el
Inadi explicar cómo se da la discriminación en Argentina. Ni siquiera ellos
entienden cómo existe. Lo niegan. Lo cierto es que la Justicia es
discriminatoria y no actúa como debería. Nosotros somos golpeados y nadie nos
quiere creer. Hace cuatro años la policía mató a Angel Acosta, un muchacho
negro que sólo intentó defenderse del ataque. Esto es posible porque la ley
antidiscriminatoria funciona a medias. Laley es muy ambigua y contradictoria,
porque no contempla la violencia psicológica, el maltrato diario y habitual
contra nosotros.”
Patricia llega tarde a la reunión. Bella, mestiza e intelectual,
trabaja en educación especial y tiene una larga historia de discriminación a
sus espaldas. “Durante la primera parte del año, trabajé en los Tribunales de
Lomas de Zamora en la oficina de atención a la víctima. Ahí van bolivianos,
paraguayos, negros, chilenos todos los días. Y ves que la discriminación no
sólo es racial, sino también económica... Nuestra Justicia está representada
por lo occidental, por lo europeo. Las leyes, traídas de Europa, no nos pueden
representar. Por eso es tan lenta y confusa.”
Al padre de Patricia lo echaron del Ejército Argentino en 1968 por ser
negro. Un superior lo encaró cuando era encargado de la Dirección de Personal
en Campo de Mayo, y le dijo que en el Ejército Argentino no querían negros. Lo
amparaba una ley, abolida en 1969, que prohibía a los mulatos ocupar altos
cargos en la Fuerzas Armadas. “Hoy tiene 77 años y nadie le reconoce su
carrera”, dice su hija. Patricia, sin embargo, está convencida de que hay que
lucharle al sistema desde adentro, utilizando la cultura y la razón. “Tenemos
que demostrarle al otro que el problema que tiene es propio, que se haga cargo.
La discriminación es un problema del que discrimina, no de nosotros. Lo que
siento ante esta realidad es que existen formas de discriminación sutiles y
solapadas: a mí no me dicen ‘negra de mierda’, pero cuando me tienen que dar el
puntaje... mi página aparece en blanco y después mi superiora alega que se
cortó la luz.”
Freda Montaño es artista. Tiene unos 40 años y nació en Ecuador, uno de
los países con más alto porcentaje de negros en Sudamérica. Ella tiene una
profunda fe en la educación contra el racismo: “Es producto de la ignorancia de
la gente, se debería empezar por la educación a los niños para que la sociedad
cambie. En mi país, también sufrimos esta situación. El blanco rechaza al negro
y el indio también, porque pensaban que nosotros también éramos conquistadores.
Deben entender que el negro es un color de piel, y nada más. Si yo robo,
acúsenme porque robé, no porque soy negra. Tenemos la gran responsabilidad de
luchar contra eso”, dice Freda. César Lamadrid tiene 21 años. Es descendiente
de esclavos, probablemente de Angola –país invadido por los portugueses en 1482–
que llegaron al país a principios del siglo XIX. “No puedo saber mi origen
porque los datos se perdieron, lo que recojo de mi historia está en las
reuniones familiares de Navidad, por tradición oral. Lo más notorio que nos
queda es la costumbre de tocar los tambores en las fiestas”. César es uno de
los tantos mestizos anónimos que viven en La Matanza. Asegura que en su barrio
nadie lo discrimina por su color de piel, pero que sí nota la exclusión cuando
busca trabajo: “Hace tiempo que estoy buscando laburo y no consigo nada. Si
bien no puedo decir directamente que me discriminan por ser negro, debido a las
condiciones de pobreza que hay en el país, algo de eso hay. Pero no es todo, ya
que, por ser pobre, no puedo acceder a lo que te exigen en el sector laboral
como cursos de inglés o computación. Lo que es seguro, es que en todas las
empresas prefieren a secretarias rubias de ojos celestes”.
Fidel Nadal, ex cantante de Todos tus Muertos, es descendiente de los
esclavos angoleños que poblaron la Argentina a principios del siglo XIX. Su
padre es negro y su madre .-hija de vasco e italiana–, blanca. “Mis padres se
conocieron acá en Buenos Aires, se casaron y me tuvieron a mí”, cuenta. “Al
nacer y crecer en Buenos Aires, recibís la influencia de esta ciudad que quiere
ser europea. Crecés como en una burbuja, sin tener contacto con tus cosas. Sos
negro porque no te podés borrar de negro. Mirá Michael Jackson, todo lo que
tuvo que pagar para hacerse blanco, y sin embargo le deben seguir gritando
negro de mierda por la calle. Donde vayas vas a ser negro y vas a tener a
Africa dentro tuyo.”
Nadal era el apellido de su abuela. El de su abuelo era Garay. Fidel
cuenta que todos los apellidos pertenecían a los esclavistas y colonizadores:
“El objetivo era desarraigarte de Africa. Cuando se abolió la esclavitud,
dijeron ‘ahora los negros son libres’. Pero los gobiernos que habían hecho
semejante etnocidio no devolvieron a los negros al Africa, porque ésa sería la
libertad. Nosotros, aquí, somos un híbrido. Somos negros que no hablamos el
idioma de los negros, ni sabemos cuál es nuestro nombre, nuestra familia, nada.
Tendrían que pagar por su crimen y dar una indemnización por los daños
causados, que serían millones y millones de pesos. Imaginate si vos ahora
empezás a secuestrar personas y te las llevas para que sean esclavos en San
Luis. ¿Qué pasa? Vas preso, man. Imaginate entonces cuánto tendrían que pagar
los que hicieron semejante injusticia”.
–¿Por qué conocés poco de tus orígenes?
–Por la miseria en que vivían mis antepasados. Las familias se
dispersaban y se perdían. Muchos de nosotros no conocimos a nuestros abuelos.
Lo que sé es que acá, hace 100 años, por ser negro te tenías que pelear en
todas las esquinas. Y veo que, como resultado de eso, hoy hay muchos negros que
vos los saludás en la calle y no te devuelven el saludo. Se consideran negros
sólo para las minitas, pero no les interesa su cultura.
Fue precisamente su padre, Enrique Nadal, quien lo introdujo en el mundo
de Malcom X, Martin Luther King y los Panteras Negras. Dice Fidel que su padre
organizó el primer comité argentino contra el apartheid en Sudáfrica, y que fue
comisionado a las elecciones en aquel país, que coronaron a Nelson Mandela como
presidente: “Fue a controlar la urnas y que las votaciones sean limpias”.
–¿Tu padre sufrió el racismo más que vos?
–Te puedo decir que no se comía una. Me acuerdo que, cuando yo era
chico, él se peleaba si veía a uno rascándose la rodilla delante suyo. Mi viejo
está contra todo racismo, ha corrido gente por la calle por actitudes
discriminatorias. Cualquier negro viejo te puede contar cómo los insultaban en
la calle, una realidad muy distinta a la actual. Creo que, si bien Argentina es
un país bien racista, la gente tiene cierta admiración por los negros. Es otra
etapa, otra modalidad de racismo. Acá, el pelo rasta se usa de manera fashion,
pero la realidad es que si vos te adherís a la fe rasta, te dejás el cabello
así. Es el voto del Nazareno que está en la Biblia. Significa, más que una cosa
estética, una cuestión de fe y una manera de luchar por la vuelta de los negros
al Africa.
–¿Cómo se hace en Argentina para vivir según los preceptos del Rey
Emmanuel?
–Es bastante complicado. Te doy un ejemplo: cuando fui a poner el
nombre de mi hijo, le puse Tafari, un nombre etíope. No me lo querían dejar
poner y me la pasé recorriendo oficinas para que me lo aceptaran. Ellos me
hablaban de su ley y yo les decía que mis antepasados habían llegado aquí por
una cuestión ilegal. Entonces, ¿por qué me hablás de tu ley? Si los negros no
vinieron con pasaportes, sino ilegalmente, encadenados en los barcos.
De chico, mientras cursaba la primaria, Fidel era fanático de Los
Beatles y de varios grupos de rock que estuvieron presentes en su temprana
formación como músico. Pero después su posición cambió: terminó despreciando a
todos los rockeros y bluseros blancos. “Cuando fui creciendo me di cuenta que
eso era una basura y que ellos pudieron existir gracias a nosotros, a que su
propia gente explotó a otras razas de la humanidad. Por eso, cuando la gente me
dice que Eric Clapton es buenísimo, yo respondo: ‘eso es una basura, man’. ¿Por
qué son siempre ellos los que están en las remeras, en las disquerías? La
civilización occidental montó esa estructura, porque explotó a otras razas para
poder meter la Coca Cola en China e imponer a Los Beatles en Polinesia.”
Tomado de Página 12, 5 de julio
de 2001