La esclavitud en un rincón de la campaña: Los esclavos del presbítero Cayetano Escola |
Prof. Oscar Trujillo Especial para Bibliopress |
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La historia regional tradicional ha puesto especial atención en el “surgimiento” de los pueblos, en un intento por encontrar un hito demarcador del comienzo de una historia de “progreso”1 y “modernización”. En ese sentido, todos los procesos anteriores a esos hechos fundacionales, quedaron sepultados en la más completa de las oscuridades. Casi todos los trabajos de investigación histórica de los últimos años, se refieren a procesos posteriores –o contemporáneos– a los pueblos: la industrialización, el ferrocarril, las luchas obreras, las instituciones, etc. La “prehistoria rural” y todos aquellos procesos sociales, políticos y económicos, permanecieron marginados del estudio de la historia regional. Probablemente esta negación tenga relación con la fuerte identidad industrial que la zona fue construyendo desde fines del siglo pasado. Todo lo que tenemos es, a lo sumo, una sucesión de propietarios. Poco sabemos acerca de los complicados mecanismos de acceso a la tierra, casi nada de los conflictos sociales o de la economía regional. Algunos datos aislados nos permiten reconstruir, en torno a los orígenes del poblamiento de nuestra región, una imagen que, aunque todavía difusa, intenta acercarse a la realidad histórica. Esos datos, como huellas o “indicios”2, nos permiten inferir hipótesis más contrastables que los clásicos supuestos.
Numerosos trabajos de investigación han propuesto una revisión de muchos de esos conceptos. Desde los trabajos de Mayo, Garavaglia y Gelman entre otros, la historia pampeana ya no ha sido la misma. Así lo afirma Tandeter: “Lo que emerge ya con claridad de los debates es una campaña rural con una abigarrada variedad de actividades económicas y sectores sociales.”3 Un estado de la cuestión de la historiografía regional pampeana, lo propone Fradkin, quien manifiesta: “La historia agraria del Río de la Plata colonial ha puesto en cuestión en los últimos años muchos de los supuestos sobre los que se construyó la historia posterior; invita, con ello, a revisar sus conclusiones, a formular nuevas preguntas y a intentar otras respuestas.”4 Uno de los mitos más arraigados en la historiografía regional pampeana es el que afirma la inexistencia de negros en la campaña bonaerense. Esa ausencia estaría determinada por la escasa mano de obra requerida para la actividad rural excluyente: la ganadería. En particular, esta zona de la Cañada de la Cruz había sido considerada como un espacio vacío. Como hemos intentado demostrar en otros trabajos relacionados con la región5 y como lo han propuesto autores de la talla de Mayo, Garavaglia o Gelman, no sólo la agricultura jugó un papel importante en la economía regional, sino que el número de la población esclava, y la de origen africano en general, fue muy alto. Veamos
pues las siguientes cifras, elaboradas por Marta Goldberg y Silvia
Mallo:6
“La campaña circundante a la ciudad y cercana a una frontera incierta y móvil poblada por el indio y por los desertores de la ‘civilización’, ha sido considerada tradicionalmente como un espacio habitado por blancos y mestizos. Se supuso además que era escasa allí la población africana por el alto costo de los esclavos en el Río de la Plata que no hacía rentable su utilización en las tareas rurales. Los últimos estudios demuestran por el contrario que los esclavos son elemento fundamental en el desarrollo de la estancia en las áreas rurales.”7
En su obra Los orígenes de Campana hasta la creación del Partido,8 Fumiere analiza el caso de Escola: “El padre Escola adquiere para la explotación de su predio cuarenta esclavos negros y todos los implementos necesarios para las tareas agropecuarias.”9 ¿Qué actividades podían justificar semejante inversión de capital? Con el fin de corroborar esa cifra, acudimos a la fuente que con seguridad suministró esa cifra: el Archivo Parroquial de Exaltación de la Cruz. Cotejando los datos de los libros de bautismo, matrimonios y defunciones hemos podido reconstruir una lista de esclavos de Escola. La cifra supera los 40 nombres, pero creemos conveniente revisarla con meticulosidad antes de considerarla definitiva.
Matrimonios
Fuente: Archivo Parroquial de Exaltación de la Cruz (1)-Matrimonios. Libro II Folio 47 (2)-Matrimonios. Libro II Folio 150 (3)-Matrimonios. Libro II Folio 151 (4)-Matrimonios. Libro II Folio 178
Bautismos
Fuente: Archivo Parroquial de Exaltación de la Cruz (1)- Bautismos. Libro II Folio 237 (2)- Bautismos. Libro II Folio 362 (3)- Bautismos. Libro III Folio 110
Defunciones
Fuente: Archivo Parroquial de Exaltación de la Cruz La línea punteada señala que, hacia esa fecha, la estancia ya no pertenecía a Escola (1)- Defunciones. Libro II folio 218 (2)- Defunciones. Libro II folio 275 (3)- Defunciones. Libro II folio 286 (4)- Defunciones. Libro II folio 286 (5)- Defunciones. Libro II folio 302 (6)- Defunciones. Libro II folio 353 (7)- Defunciones. Libro II folio 389 (8)- Defunciones. Libro III folio 223 (9)- Defunciones. Libro VII folio 008
La cifra, supera los cuarenta esclavos. Pero eso no nos permite deducir –las fechas son más que elocuentes– que hayan sido adquiridos todos juntos. Además tengamos en cuenta que, en 1814, después del saqueo que realizan los realistas de Montevideo, Escola pierde –al menos eso relata La Gaceta– once de sus esclavos. Una de las posibles explicaciones que podrían valer para este ejemplo, es la que propone Carlos Mayo:
“Los esclavos, en las estancias ricas y por tanto bien equipadas de ellos, constituían el núcleo de trabajadores destinados a cubrir la demanda básica, tanto estacional como permanente. La que, por la fluctuación de la producción y otras contingencias excediera ese piso o techo, se cubría con trabajadores libres.”10
Las evidencias de nuestro caso parecen corroborar esa idea.
Escola, en 1809, eleva una petición ante la inminente cosecha de trigo de su estancia, que:
“...demanda mucha gente para no malograrla y seguramente no es de contar con la precisa por la escasa vecindad de hombres trabajadores en el Partido...”
En la que solicita:
“...el favor y protección qe. V.E. save dispensar a beneficio de la agricultura (...) se digne a instar por sus respectivas órdenes superiores a los Alcaldes de Luján y Cañada de la Cruz afin de qe. zelando la ociosidad de hombres qe. vagan por aquellos Partidos les inclinen a conchavarse y que asimismo proporcionen de los transeuntes de Santiago, Tucuman y Córdova peones útiles por los precios corrientes entendiendo en evitar los Pretextos con que abandonan el trabajo en la más crítica estación.”
Al margen, se lee:
“...líbrense las órdenes q. se solicitan pa. q. por los medios qe prevenidos en tales casos, se faciliten al suplicante los peones necesarios pa la recogida de sus sementeras, pagando puntual y exactamente los jornales acostumbrados...”11
Por lo demás, de la presencia de otros trabajadores da cuenta la relación que hace el oficial que intenta hacer efectiva la orden de trasladar algunos de sus esclavos a declarar por la causa del tráfico de trigo en la Balandra “El Joven Nicolás”, en 1817. Escola se muestra altanero:
“... hasta que no viniera por el jefe competente el allanmto. de su fuero no reconocía suficiente mi llamado... de ningún modo franquearía sus esclavos, sin embargo de ser contrario a la ley qe ningún esclavo pudiere ser testigo contra ningún amo.”12
El oficial, observa a su superior:
“... todos estos cargos fueron ynútiles porque su recinto fue adelante tanto que me pareció incapaz de reducirlo; no me atrevy a usar de la Fuerza por inmediación a su casa y lo enterado que estaba de mucha gente que en ella tenía en esclavos y otros yndividuos artesanos, que según noticia tenía 20 hombres y qe en el caso de imponer la mía sumamte. inferior... me pareció más prudente el regresar...”13
Hacia 1824, aparece registrado en la “Relación que manifiestan los contratos de peones celebrados en esta Villa. Año de 1824”. En él se consignan:
“2 sept. 1824. ”El Doctor Cayetano Escola a: Juan José Centurión y a Eusebio Muñoz por nueve meses. ”El mismo a José Higarola (?) para capataz por un año...”14
En este sentido, coincidimos con Mayo en considerar a los trabajos y roles de los esclavos en la campaña como mano de obra básica en un mercado de trabajo muy fluctuante, y su rol como protocampesinos, en un intento de sus amos por abaratar costos. Esos trabajos
“...permanentes no estacionales desarrollados en la estancia a cargo de los esclavos estaban vinculados al mantenimiento de las instalaciones, al cuidado de las ovejas, vacas lecheras y caballos, capataces de los puestos y peones o labradores”.15
De todas
maneras, estamos convencidos de que el problema de la esclavitud no
puede investigarse sólo como un problema meramente étnico. Se enmarca
en un problema mayor, que es el de la mano de obra rural. Habría que
profundizar los estudios de los sistemas de conchabo, agregación e
incluso el de los pequeños arrendamientos para tener una idea más
acabada del fenómeno.
1. Garavaglia, Juan C. “Notas para una historia rural pampeana un poco menos mítica”, en Bjerg, M. M. y Reguera, A. (comps.) Problemas de la historia agraria. Nuevos debates y perspectivas de investigación. IEHS, Tandil, 1993. p. 11. 2. Guinzburg, C. Mitos, emblemas e indicios. Morfología e Historia. Gedisa, Barcelona, 1989. 3. Tandeter, E. “El período colonial en la historiografía argentina reciente”, en Entrepasados Revista de Historia. Año IV, Nº 6, principios de 1994. p. 79. 4. Fradkin, Raúl. “Estudio preliminar”, en Fradkin, R. (comp.) La historia agraria del Río de la Plata colonial. Los establecimientos productivos. Tomo I. CEAL. Buenos Aires, 1993. p. 35 5. Trujillo, O. “Un rincón de la Cañada de la Cruz. Nuevas perspectivas de análisis en torno a los orígenes de Campana”, en Sextas Jornadas de Historia Regional. Campana, octubre de 1996. 6. Goldberg, M. y Mallo, S. “La población africana en Buenos Aires y su campaña. Formas de vida y subsistencia. (1750-1850)”, en Temas de Asia y África, 2. Instituto de Asia y África, Buenos Aires, 1992. pp. 15-69. 7. Idem. p. 19. 8. Fumiere, J. P. Los orígenes de Campana hasta la creación del Partido. Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, 1938. 9. Idem. p. 36. 10. Mayo, Carlos, op. cit. pp. 138/9 11. A. G. N. Solicitudes Civiles. 12.9.5 12. A.H.P.B.A. 5.3.35.2. Fo. 28. 13. Id. Fo. 28 vta. 14. Archivo Estanislao Zeballos. Luján. Carpeta 2 A.0348. Libro Registro de contrato de trabajo. Fo. 3. 15. Goldberg, M. y Mallo, S. op. cit. pp. 46-47.
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Jorge Emilio Gallardo Fue director del Suplemento Literario de La Nación. Actualmente dirige la revista Idea viva. Especial para Bibliopress |
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En pocas ocasiones el investigador pone tanto a prueba su aptitud científica como ante culturas señaladas por una marca diferente de la propia. Una maraña conceptual nos distancia del objeto cultural ajeno. El prejuicio actúa sin que lo advirtamos y amenaza de raíz a cualquier empresa teóricamente simple en materia de valoración arqueológica o etnográfica. Merleau Ponty recomendaba que, en materia de antropología, sujeto y objeto no perdiesen sus respectivas especificidades, a fin de permanecer uno y otro enteramente inteligibles, sin reducción ni transposición temeraria. El estudio de lo diferente arroja siempre luz sobre nuestra propia condición. Es señal de virtud intelectual advertir, en lo supuestamente otro, facetas de lo universal y de lo propio. En Bartolomé Mitre existe una vertiente atenta a ese otro mundo. ¿Cómo podría, en efecto, haber prescindido de la realidad indígena en una América cuyo dato humano básico estaba dado por la presencia fáustica –como diría Alejo Carpentier– del indio y del negro? La frontera con el aborigen distaba pocos kilómetros de cualquier ciudad argentina, incluida Buenos Aires. El negro esclavo y después el liberto se hallaban incorporados a la población primero hispana y luego criolla en proporciones elevadísimas. En la Gran Aldea, como en las ciudades del resto de nuestro territorio nacional, el dato ctónico, telúrico, no estaba mediatizado. La pampa era parte del paisaje porteño. En lo humano, la inmigración no había llegado aún a nivelar extremos ni a diluir lo indio y lo negro, lo español y lo italiano. Para Mitre, hombre de Buenos Aires que conoció Europa, pero que vivió sobre todo en la América natal y de los exilios, el indio se presentó vivamente en su imagen desde la niñez en Carmen de Patagones y luego en condición más apacible en Bolivia y Chile. Los conoció primero como protagonista americano (civil y militar) y enseguida como arqueólogo, lingüista e historiador. Su formación clásica –la que convenía a su tiempo– lo hizo ver en las ruinas de Tiahuanaco un resplandor universal. Mientras medía las piedras y tomaba apuntes, su sensibilidad poética y la vastedad de su cultura ataban cabos perdidos y anudaban renovadas hipótesis de trabajo. Siempre el trabajo: “Hijo del trabajo” se llamó a sí mismo en ocasión solemne, cuando anunció el nacimiento de su diario La Nación. Pese a ser protagonista de aquel choque de culturas, el prócer supo remontarse al mundo de las altas ideas y contemplar con perspectiva a su propio tiempo y a su medio histórico-social. El suyo era un mundo de fronteras voraces: la del indígena, la de los límites internos de Buenos Aires y la Confederación, la del exilio reiterado. Fue un apolíneo en medio de las dionisíacas variedad y tendencia al caos que marcaban a su tiempo. La frontera no era un trazo limpio en ningún mapa: ténganse presentes las comunicaciones precarias, la dependencia del factor climático, el caballo y la diligencia, el supuesto azar, los albergues inhóspitos, la medicina heroica o ausente. El azar, he anotado, pero éste no es más que un supuesto cómodo: su verdadero nombre es providencia, y ésta uno de los nombres divinos. Experimentado en los vericuetos de nuestra psicología, Carl Gustav Jung reconoció en nuestro siglo que “La voluntad individual no determina la ascensión o la decadencia de las naciones; son ciertos factores impersonales, a saber el espíritu y la tierra natal, los que, con medios inescrutables y misteriosos, dan forma y moldean a los pueblos”. Me complace esta definición intuitiva dada por un estricto hombre de ciencia, y me agrada aplicar esos conceptos al caso de Mitre, aquel joven que en carta familiar expresó que sentía dentro de sí “el germen de alguna cosa”... Verdaderamente, eran medios inescrutables y misteriosos los que pujaban en aquel niño que entreveía en borrador la proyección de su figura inmensa. La voluntad individual –podríamos decir nosotros, parafraseando a Jung– no determina la ascensión o decadencia de los individuos. Y el destino se vale de algunos de estos elegidos para dar forma y moldear a los pueblos. El general Mitre, que había peleado contra los indios –no siempre victorioso– y que también contó con indígenas entre sus soldados (en Cepeda, Pavón y La Verde) tuvo al aborigen por tema de sus investigaciones cuando escribió nuestra historia, cuando describió sus reliquias de antaño –como las ruinas de Tiahuanaco– y cuando se dedicó a los estudios lingüísticos sobre la base de las numerosas obras que atesoró en su Biblioteca Americana. Cito al historiador para que veamos la sustancia, forma e índole de sus exposiciones:1 Los conquistadores, o más bien dichos colonos del Río de la Plata, ocupaban un país poblado por tribus nómades sin cohesión social, sin metales preciosos y sin recursos para proveer a las exigencias de la vida civilizada. Los indígenas ocupantes del suelo, obedeciendo a su índole nativa, se plegaban mansamente; los unos bajo el yugo del conquistador; los más belicosos intentaban disputar el dominio de las costas, pero a los primeros choques cedían el terreno y se refugiaban en la inmensidad de los desiertos mediterráneos, donde sólo el tiempo y la población condensada podría vencerlos, prolongando indefinidamente la guerra de la conquista. [...] Los indígenas sometidos se amoldaban a la vida civil de los conquistadores, formaban la masa de sus poblaciones, se asimilaban a ellas, sus mujeres constituían los nacientes hogares, y los hijos de este consorcio formaban una nueva y hermosa raza, en que prevalecía el tipo de la raza europea con todos sus instintos y con toda su energía, bien que llevara en su seno [aquí Mitre intercala un juicio de valor negativo] los malos gérmenes de su doble origen. De este modo, los indígenas sujetos a servidumbre social y no a esclavitud compartían con sus amos las ventajas y las penurias de la nueva vida civil, trabajando para ellos y con ellos, pero comiendo del mismo pan. Y como la falta de minas de oro y plata que explotar eliminaba un elemento de opresión, la tiranía de su trabajo forzado en forma de mita, no pesaba sobre ellos como en el Perú. Las mismas encomiendas [lotes de tierras y hombres que tocaban a los colonos europeos a título de conquistadores] no revestían el carácter feudal que en el resto de la América española, limitada por otra parte su duración a sólo dos vidas de encomenderos, teniendo, por consecuencia, todos los elementos humanos a refundirse en la masa de la población, bajo un nivel común. Esta suma menor de opresión relativa, esta limitación a la explotación del hombre por el hombre, que nacía de la naturaleza de las cosas; esta especie de igualdad primitiva que modificaba el sistema feudal de la colonia y neutralizaba el razonamiento de los intereses encontrados, hacía que la conquista fuese comparativamente más humana y se impusiera con menos violencia. De aquí proviene que la conquista del Río de la Plata no ofrezca el espectáculo de esas hecatombes humanas que han ensangrentado el resto de la América, ni ese consumo espantoso de hombres que sucumbían por millares condenados al trabajo mortífero de las minas, sometidos a un régimen inhumano. De este modo, la raza indígena, sin extinguirse totalmente, se disminuía considerablemente, y su sangre, mezclada con la sangre europea, fecundaba una nueva raza destinada a ser la dominadora del país. Lo contrario sucedía en la colonización peruana, en que la raza indígena prevalecía por el cruzamiento y por el número, sin asimilarse a los conquistadores. Este es el tono sereno, el estilo “de altas cumbres” tan propio de su autor. Incluso cuando y donde los hechos fueron terribles, él introduce invariablemente el concepto correctivo. Coherente con esto, cuando Hernández le envía un ejemplar del Martín Fierro, Mitre le observa que la crítica social allí presente no haya sido matizada por lo que llama el correctivo de la solidaridad social. De igual manera, veremos más adelante una severa objeción que le merece un comentario de Belgrano referente a problemas laborales en relación con la presencia en ellos de negros y mulatos. El prurito de objetividad del historiador científico que fue Mitre no le impide, en efecto, emitir juicios acerca de hechos y situaciones; circunstancia inevitable, por lo demás, en quien procuraba extraer experiencia del pasado y aplicarla a la vida política de los pueblos. Cuando describe a Belgrano en Potosí califica a la mita como “bárbara contribución de trabajo personal”. En cuanto al creador de la Bandera, escribe Mitre que “La popularidad que adquirió entre los indios fue inmensa, conquistándolos de tal manera a la causa de la revolución que, a pesar del carácter pérfido que es proverbial en ellos y del odio secreto que profesan a la raza española, siempre fueron fieles a su recuerdo”. En estas frases, como es notorio, vuelve a deslizarse un concepto muy definido del autor. Las referencias a indios son recurrentes en las páginas del historiador y los párrafos que siguen justifican esa importancia: En países como los del Alto y Bajo Perú, donde los indios reducidos a la vida civil constituyen la base de la población, y forman unidos a los cholos, que son los mestizos, los que propiamente puede llamarse allí la masa popular, el elemento indígena era de la mayor importancia; sobre todo dependiente de ellos la subsistencia de los ejércitos, pues, como los indios son los únicos que se dedican a la cría de ganados, y el país es árido y pobre en la parte montañosa, que es por donde cruzan los caminos militares, pueden, con sólo retirar los víveres y forrajes, paralizar las más hábiles combinaciones de un general. El elemento indígena entraba también por mucho como auxiliar activo de las combinaciones militares de Belgrano, y todo el país estaba cubierto de indiadas militarizadas, armadas de palos y de hondas y de piqueros de a pie, que obedecían las órdenes de caudillos que habían adquirido alguna nombradía y hacían un activo servicio de vigilancia, interceptando las comunicaciones del enemigo, y lo mantenían en constante alarma. Es de interés destacar otra perspectiva histórica de Mitre acerca del aborigen con motivo de referirse al proyecto de restauración de la antigua monarquía de los Incas como coronación de la revolución sudamericana, según proyecto de Belgrano bien recibido en el Congreso de Tucumán. Dice al respecto Mitre: Aun cuando no respondiera a ninguna aspiración popular y estuviese en pugna con los elementos orgánicos de la sociedad a la que pretendía aplicarse, como solución por unos, o como remedio por otros, él entrañaba, empero, un plan político que tenía su filiación histórica y que encontraba eco así en las poblaciones indígenas como en las falsas ideas que en aquella época circulaban respecto de la identidad de causa entre los antiguos ocupantes del suelo y los nuevos revolucionarios de la tierra. La revolución americana, radical en sus propósitos y orgánicamente democrática por la índole misma de los pueblos, fue no sólo una insurrección de las colonias hispano-americanas contra su metrópoli, sino principalmente de la raza criolla contra la raza española. La raza criolla, que se apellidaba a sí misma americana, confundía en su odio a los antiguos conquistadores con los dominadores y explotadores del país durante el coloniaje, y al renegar, renegaba de la sangre española que corría por sus venas, y al hacer causa común con los indígenas, hacía suyos sus antiguos agravios, como si descendiera directamente de los monarcas y caciques que tiranizaban el Nuevo Mundo antes del descubrimiento. Este sentimiento era más pronunciado en los países en que la población indígena o mezclada prevalecía y constituía el elemento activo, como en Méjico y en el Perú. En las Provincias Unidas del Río de la Plata y en Chile, donde la masa de la población en que estaba radicada la fuerza la componían los criollos, ese sentimiento, racionalmente alimentado por las clases ilustradas, tenía también su repercusión en el pueblo. El historiador de Belgrano y de San Martín expresa que las colonias americanas sublevadas contra España “daban como una de las causas de la revolución las crueldades de los antiguos conquistadores españoles contra los indios americanos, declarando a los primeros usurpadores de su suelo y verdugos de su raza”. En una nota lo precisa de la siguiente manera: “En este espíritu está concebido el manifiesto del Congreso de Tucumán de 25 de octubre de 1817, cuyo título es: ‘Sobre el tratamiento y crueldades de los españoles, motivando la declaración de la Independencia de las P. U. del Río de la Plata’. En él se dice: ‘Desde que los españoles se apoderaron de estos países, prefirieron el sistema de asegurar su dominación, exterminando y degradando. Principiaron por asesinar a los monarcas del Perú, y después hicieron lo mismo con los demás régulos y primados que encontraron. Los habitantes del país (los indios) queriendo contener tan feroces irrupciones, fueron víctimas’.”
Una mitología revolucionaria Mitre, que no formula la apología del aborigen, subraya que la revolución invocaba en proclamas, bandos, textos periodísticos y cánticos guerreros los manes de Manco Cápac, Moctezuma, Guatimozin, Atahualpa, Siripo, Lautaro, Caupolicán y Rengo como padres y protectores de la raza americana. “Los Incas especialmente constituían entonces la mitología de la revolución: su Olimpo había reemplazado al de la antigua Grecia: sol simbólico era el fuego sagrado de Prometeo, generador del patriotismo; Manco Cápac, el Júpiter americano que fulminaba, los rayos de la revolución, y Mama Ocllo, la Minerva indígena que brotaba de la cabeza del padre del Nuevo Mundo, fulgurante de majestad y gloria”. El historiador comprende el pensamiento de Belgrano respecto de la monarquía y su inicial aprobación por el Congreso de Tucumán, pero desmenuza los hechos y demuestra su inconsistencia. Comprende que, al invocar la fraternidad de las razas y los derechos comunes, propendiera a mantener atadas a las provincias del Alto Perú por un vínculo moral, propiciando de paso la buena voluntad de las poblaciones indígenas del Bajo Perú. “Pero desconocía los antecedentes históricos, los hechos contemporáneos, los medios y los fines, al formular su plan.” En cuanto al plan, no le niega grandiosidad ni buena intención, pero no le concede sentido práctico ni sentido común. Otro inconveniente señala en el plano internacional, pues los promotores del plan imaginaban que la instauración de una monarquía americana recogería los buenos auspicios de la Europa monárquica. Mitre llama a esto “cálculo tan pueril como el de hacer triunfar la revolución por la fuerza de los indios”, y no olvida el antecedente revolucionario de Túpac Amaru. De todas formas, el historiador registra reiteradamente, en su obra, la permanente benevolencia de Belgrano para con los indígenas; la abolición del servicio personal de los indios en el Perú por decisión de San Martín; la sublevación de los indios chaqueños a lo largo del Pilcomayo, en favor de los patriotas; la alianza de O´Higgins con los pehuenches; el apoyo de ciertos indígenas a un virrey del Perú; los intentos del chileno Marcó por obtener el favor de los araucanos; una insurrección indígena en el Perú; las relaciones de Artigas con los indios; en fin, el arreglo logrado por San Martín para contar con el apoyo de los pehuenches para el cruce de los Andes, etcétera. San Martín cultivó en Cuyo relaciones amistosas con los indios pehuenches, a fin de asegurar el tránsito de sus agentes secretos a Chile por los pasos dominados por aquéllos. Además, quería tenerlos de su parte en caso de invasión del enemigo. No entraremos en el apasionante tema de los emisarios secretos del Libertador, la guerra informativa a través de la Cordillera, los espías dobles o simples, las informaciones deliberadamente falsas y todo aquel prodigio psicológico que permitió a San Martín desconcertar por completo a Marcó antes de lograr la victoria por las armas. La propia etimología indígena de Maipú o Maipo es objeto de un detallado informe del historiador. Vale la pena registrar el relato del autor sobre el parlamento a que San Martín invitó a los jefes pehuenches en el fuerte de San Carlos, sobre la línea fronteriza del Diamante, con el fin ostensible de pedirles tránsito por sus tierras, haciéndose preceder de varias recuas de mulas cargadas de centenares de pellejos de aguardiente y barriles de vino, dulces, telas vistosas y cuentas de vidrio para las mujeres, y para los hombres, arneses de montura, víveres de todo género en abundancia, y un surtido de bordados y vestidos antiguos que pudo reunir en toda la provincia con el objeto de deslumbrar a sus aliados. El día señalado los pehuenches en masa se aproximaron al fuerte con pompa salvaje, al son de sus bocinas de cuerno, seguidos de sus mujeres, blandiendo sus largas chuzas emplumadas. Los guerreros iban desnudos de la cintura arriba y llevaban suelta la larga cabellera, todos en actitud de combate. Cada tribu era precedida por un piquete de Granaderos a Caballo cuya apostura correctamente marcial contrastaba con el aspecto selvático de los indios. Al enfrentar la explanada de la fortaleza, las mujeres se separaban a un lado y los hombres revoleaban las chuzas en señal de saludo. Siguióse un pintoresco simulacro militar a la usanza pehuenche, lanzando los guerreros sus caballos a todo escape en torno de las murallas del reducto, mientras que desde los bastiones se disparaba cada cinco minutos un cañonazo de salva a cuyo estruendo contestaban los salvajes golpeándose la boca, y daban alaridos de regocijo. La solemne asamblea que se siguió tuvo lugar en la plaza de armas del fuerte. San Martín solicitó el paso por las tierras de los pehuenches para atacar por el Planchón y el Portillo a los españoles, que eran, según dijo, unos extranjeros, enemigos de los indios americanos, que pretendían robarles sus campos y sus ganados, y quitarles sus mujeres y sus hijos. El Colocolo de las tribus era un anciano de cabellos blancos llamado Necuñán, quien después de consultar a la asamblea y recoger con gravedad sus votos, dijo al general: que a excepción de tres caciques, que ellos sabrían contener, todos aceptaban sus proposiciones, y sellaron el tratado de alianza abrazándolo uno después de otro. Inmediatamente, en prueba de amistad, depositaron sus armas en manos de los cristianos, y se entregaron a una orgía que duró ocho días consecutivos. Al sexto día regresó el general a su cuartel general, para sacar de estas negociaciones el fin que se proponía, el que reservó hasta de sus más íntimos confidentes. El Libertador consiguió que estos indios le prometieran ganados y hasta una participación militar activa. Hasta aquí nuestras referencias al tema del indígena en relación con Mitre. Quedan por mencionar sus estudios sobre lenguas indígenas, consistentes básicamente en glosas de obras fundamentales en la materia, referidas a las lenguas indígenas de todo el continente. Sobre la base de su acopio documental y bibliográfico –su Archivo y Biblioteca Americana– desplegó una clasificación lingüística atenta a la distribución geográfica y enfocada desde el punto de vista etnolingüístico. El beneficio de esta obra estuvo dado por la necesaria difusión de informaciones y conceptos de difícil o imposible acceso para la mayoría de los lectores y estudiosos. La Nación prescindió de valorar editorialmente la problemática indígena hasta fecha muy reciente. Los afroargentinos A la presencia del hombre de origen africano en nuestro territorio han sido dedicados estudios de carácter histórico y evocaciones de condición más o menos testimonial y/o científica. Hemos encontrado en Mitre frecuentes referencias a la situación protagónica del negro en nuestra historia, tanto con motivo de su llegada por el comercio de la trata esclavista como a las instancias políticas y económicas de ese género de transacciones, demostrativo del salvajismo blanco. En particular, abundan las referencias a la decisión del Cabildo de Buenos Aires, presionado por los monopolistas, para que los cueros no pudiesen ser comercializados por los barcos negreros, pese a que a éstos se les habían garantizado ganancias con los frutos del país. Concretamente, los cueros fueron excluidos de la categoría de frutos del país, lo que el historiador comenta significativamente con un simple signo de admiración. En Mitre subyace un sentido o criterio de deuda moral contraído con nuestros hombres y mujeres negros. Pese a sus formulaciones siempre moralizadoras y ajenas a las truculencias, no deja de registrar repetidamente las cruzadas referencias de los padres de la patria en el sentido de conceder la libertad de los esclavos a fin de enganchar los en el servicio activo de las armas, más precisamente en la infantería. El hecho no difería demasiado del antecedente representado por la existencia colonial de unidades militares de pardos y morenos, y lo cierto es que, pese a la resistencia tenaz de los propietarios de esclavos (que consiguieron repetidamente diferir la incautación en Mendoza, donde San Martín la urgía), lo cierto es que los regimientos de negros y mulatos continuaron siendo empleados en favor de la causa de la Independencia. Con ellos el argentino tiene una deuda moral, la misma que Mitre materializó en la crónica de la muerte heroica del controvertido Falucho, figura que contribuyó a robustecer como un emblema de los de su raza. El pensamiento de Mitre al respecto está contenido en un discurso que dirigió al ministro brasileño en Buenos Aires en nombre del pueblo argentino el 19 de mayo de 1888: Sr. Ministro: El pueblo Argentino se une al aplauso universal y al coro de bendiciones que saluda al pueblo y al gobierno brasileño, por la extinción de la esclavitud en el mundo. Los argentinos, y todos los hombres del orbe civilizado que viven al amparo de sus leyes hospitalarias bajo los auspicios de la libertad se asocian a esta festividad humana, con los títulos de su historia como precursores de la manumisión de los esclavos en ambas Américas, refrendados por los primeros estadistas brasileños. En 1865, el senador Saraiva, uno de los iniciadores de ese movimiento saludable en su patria, presintió que la alianza del imperio con las repúblicas del Plata daría por resultado necesario la abolición de la esclavitud en el Brasil. En 1871, el ilustre ministro Paranhos, al sostener en el Parlamento brasileño la ley sobre libertad de vientres, confirmaba el pronóstico del señor Saraiva, diciendo: “Yo me he hallado a la terminación de la guerra del Paraguay entre cincuenta mil brasileños que estaban en contacto con los pueblos vecinos, y sé, por confesión de los más ilustrados de ellos, cuántas veces la institución odiosa de la esclavitud en el Brasil nos vejaba y nos humillaba ante el extranjero; y puede preguntarse a los más esclarecidos de nuestros conciudadanos que hicieron esta campaña, si todos ellos han regresado o no, deseando ardientemente ver iniciada la reforma del elemento servil, y si se debe ó no en parte á ellos el más poderoso impulso que la idea adquirió en estos últimos tiempos. La Rusia, gigante del poderío, buscó la causa de su derrota después de Sebastopol, y encontrándola en la acción enervante del elemento servil, emancipó a sus siervos, y de este modo, aun bajo el imperio de un autócrata, pudo llamarse la Rusia libre. Los Estados Unidos, al ver vacilar las bases de su unión, encontraron la causa disolvente de su robusta nacionalidad en la institución de la esclavitud, y la extinguieron por siempre, ofreciendo en holocausto de la idea y expiación del crimen de lesa humanidad, un millón de víctimas generosas que han asegurado perpetuamente los destinos de la República modelo. El Brasil, vencedor en la guerra del Paraguay aliado á las repúblicas del Plata, se dio cuenta de las causas que multiplicaron las resistencias y los esfuerzos é hicieron menos fecunda su victoria, y encontrándolas en la esclavitud, se propuso extirparla. Debe decirse en honor del ilustrado gobierno brasileño –sin distinción de colores políticos– que la cuestión de la servidumbre de la raza africana estaba en estudio en sus consejos aun antes que sobreviniese la guerra del Paraguay, que le dio el impulso marcado por el señor Paranhos. La abolición de la esclavitud en el Brasil fue una de las grandes aspiraciones de sus pensadores desde los primeros días de su independencia. Debe decirse, sobre todo, en honor del pueblo brasileño, que la esclavitud era un doloroso legado que llevaba en su seno como una llaga, comprendiendo que necesitaba extirparla para vivir, y lavar esta mancha hereditaria de su frente, para merecer el nombre de pueblo libre y civilizado. Lo que distingue á los pueblos destinados á perpetuarse desempeñando una misión humana, es encarar valientemente los pavorosos problemas de la vida, y resolverlos como la Inglaterra cuando dijo: “Perezcan las colonias y sálvese el principio”; ó como Lincoln cuando dijo: “No puedo salvar la Unión sin libertar á los esclavos”.
En este documento –mucho más extenso–, Mitre formula una profesión de fe coherente con su formación íntimamente liberal y masónica. Cuba y Brasil, en efecto, fueron los últimos países americanos en abolir la esclavitud. ¡Cuántos intereses económicos se habrán puesto en juego para impedirlo, para retacearlo, para postergar su cumplimiento! Una deuda histórica Entre nosotros, la Asamblea del año 13 había dictado la ley de libertad de vientres, y la Asamblea Constituyente de 1852 habría resuelto por unanimidad acordar la libertad de los esclavos. En la Nación Argentina –decidieron los constituyentes– no hay esclavos; los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constitución, y una ley especial reglará las indemnizaciones a que dé lugar esta declaración. [...] Todo contrato de compra y venta de personas es un crimen de que serán responsables los que los firmasen y el escribano o funcionario que lo autorice. En junio de 1901 Mitre registró en La Nación la muerte, a la edad de ciento once años, de Felipe Díaz, hombre de color que había sido soldado en las guerras de la Independencia. Consecuente con aquella sensación de deuda histórica a que nos hemos referido, el historiador reprueba un párrafo que Belgrano dirigió al Consulado, donde advirtió que “los blancos prefieren la miseria y la holgazanería, antes de ir a trabajar al lado de negros y mulatos”. Mitre reprocha esas líneas así: “Lástima es que tan bellas páginas tengan un borrón que las afee, cuando al hablar de las razas, refiriéndose a los africanos y a sus descendientes mixtos, los presenta como perjudiciales al adelanto de la industria, insinuando la separación de su trabajo. [...] Se extraña en un hombre de su elevación moral no encontrar al lado de esas palabras el correctivo”. El correctivo, siempre el correctivo, como cuando recomendaba a sus colaboradores de La Nación la máxima de “no injuriar”... Otro gran americano, el cubano José Martí, escribió en el diario de Mitre varios artículos sobre el problema negro en los Estados Unidos y el Caribe. No es extraño, pues, que Mitre recibiera las siguientes distinciones de carácter claramente africanista: en 1856, vicepresidente honorario del Institut d´Afrique de París; en 1864, presidente honorario de la misma institución; en 1877, socio honorario de la Sociedad Coral y Musical La Africana; en 1878, miembro honorario de la sociedad Hijos de África, y en 1890, presidente honorario de la Sociedad Candombera Negros y Negras Bonitas. En consonancia con este influjo, su diario defiende la causa de los negros, y ante amagos de discriminación racial en teatros de Buenos Aires elogia una decisión municipal relativa a igualdad de derechos de asistencia a salas teatrales. La Nación del 24 de enero de 1880 destaca que la resolución “no puede ser más satisfactoria para las personas á quienes no se dejaba entrar á los bailes de máscaras”. El concepto básico del diario es que en la Argentina no hay prerrogativas de sangre. En otro caso, un diario alsinista –La Política– ha tenido referencias despectivas hacia los negros, y La Nación sale en defensa de éstos el 13 de agosto de 1873: “¿Ignora ‘La Política’ que esos negros han dado días de gloria á nuestra patria, y que su sangre generosa ha humedecido más de una vez nuestros campos de batalla?”. Parece probable que esas líneas hayan sido del propio Mitre. Véase su parecido con estas otras, que tomo de sus Obras completas (VI, 32): ... Esto explica también por qué, cuando llegó el día de la insurrección de la colonia, los antiguos libertos y los esclavos tomaron las armas como hijos y hermanos de sus antiguos amos domésticos, se hicieron ciudadanos de la nueva democracia, formaron el núcleo de sus batallones veteranos, y derramaron generosamente su sangre al lado de ellos, sellando con ella el principio de la igualdad de razas y derechos proclamados por la revolución de la independencia argentina. En la crónica de una extraña aventura vivida por varios marinos (Obras completas, XII, 14 - 16), el historiador rescata la circunstancia insólita de que sus protagonistas pertenecían a cuatro partes del mundo: un europeo, un asiático, un indígena y un negro de Angola. Concluyo tan breve evocación con estas líneas de Mitre: Tres razas concurrieron desde entonces (se refiere al siglo XVI) al génesis físico y moral de la sociabilidad del Plata: la europea o caucasiana como parte activa, la indígena o americana como auxiliar y la etiópica como complemento. De su fusión resultó ese tipo original, en que la sangre europea ha prevalecido por su superioridad, regenerándose constantemente por la inmigración, y a cuyo lado ha crecido, mejorándose, esa otra raza mixta del negro y del blanco, que se ha asimilado las cualidades físicas y morales de la raza superior. El etnocentrismo patente en éstos últimos conceptos indican el pensamiento de toda una época. Mitre no hizo la apología del indígena, pero sí la del descendiente de africanos, al menos en términos de reconocimiento histórico. La antropología tenía aun mucho que andar para suprimir aquel género de juicios de valor absolutos en materia de culturas humanas.
1 Éstas y otras citas provienen de las Obras completas de Mitre. |
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