El negro en el R�o de la Plata |
Ricardo Rodr�guez Molas El texto se publica con autorizaci�n del autor. Apareci� originalmente en Historia Integral Argentina, Tomo V, �De la Independencia a la Anarqu�a�, Centro Editor de Am�rica Latina, Buenos Aires, 1970. |
Con frecuencia se califica de id�lica la situaci�n de los esclavos en el actual territorio argentino, afirm�ndose tambi�n que la esclavitud desaparece debido a las medidas adoptadas por la Asamblea General de 1813. Nada m�s inexacto. Tampoco el asociar el tema del negro con danzas y candombes realizados durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, rode�ndolo de un falso pintoresquismo, refleja la realidad de las relaciones de car�cter racial que imperan desde la colonia y hasta la desaparici�n de aquel grupo humano.
Aspecto jur�dico de la esclavitud Esta cosa u objeto (pieza de Indias en los documentos de la trata) est� regida por una legislaci�n general dictada en la Pen�nsula y por reglamentaciones locales acordes con la estructura socioecon�mica de cada regi�n.
De acuerdo con el concepto imperante, la esclavitud constituye un estigma jur�dico exclusivo del negro (aludimos en este caso al siglo XVIII). Esclavitud que se hereda por l�nea materna en todos los casos, es esclavo aunque su padre sea blanco, si bien �ste tiene derecho a comprarlo si lo ofrecen en venta y con preferencia a cualquier otra persona. Para el indio no tiene vigencia lo estipulado y mucho menos para el progenitor negro.
Comercio legal y contrabando de negros Desde los primeros momentos de la ocupaci�n del continente, Espa�a importa mano de obra servil, encarg�ndose del tr�fico comerciantes y sociedades de Portugal, Francia e Inglaterra. Reci�n en las �ltimas d�cadas del siglo XVIII, comerciantes espa�oles y criollos se interesan en la pr�ctica del comercio infame.
Disminuida la poblaci�n ind�gena �til para el trabajo en las haciendas, minas e ingenios, la introducci�n de negros ser� el recurso que mantendr� la econom�a colonial en funcionamiento, por cierto a un costo de vidas muy alto. La Corona pondr� en manos de comerciantes (los llamados asentistas) la tarea de abastecer a sus dominios ultramarinos de mano de obra esclava. Luego las concesiones ser�n acordadas en calidad de monopolios, con Francia e Inglaterra en un proceso complejo que no podemos resumir en pocas l�neas. El cruce del Atl�ntico desde las factor�as africanas se realiza en veleros que los portugueses denominan tumbeiros (de tumbas), sombr�a calificaci�n que alude a una tr�gica realidad: durante el siglo XVIII y considerando las mejores condiciones posibles de sanidad y navegaci�n, s�lo sobreviven al viaje entre un sesenta y setenta por ciento de los hombres embarcados.1 En casos extremos, documentados fehacientemente, no arriba con vida ni un solo negro, como ocurre en el primer viaje que realiza una nave de la Compa��a de Guinea a Buenos Aires en 1702. Llegado el velero a puerto, los oficiales reales controlan la carga humana, cobran los derechos correspondientes y en se�al de conformidad aplican sobre la piel del africano una marca de plata puesta al rojo que deja la marca imborrable (carimbo). Lo hacen sobre ciertas partes del cuerpo: cabeza, brazos, pecho y espalda. Los dibujos son variados y similares a las marcas de ganado: cruces, c�rculos, iniciales, etc. Reci�n en 1784 se deja sin efecto esta b�rbara costumbre que se extendi� en Am�rica durante m�s de tres siglos. Junto al tr�fico legal y desde fines del siglo XVI el contrabando de esclavos constituye una actividad muy productiva. Entre las varias v�as empleadas para ingresar la mercader�a de contrabando en el siglo XVIII, la m�s com�n era pasar a los negros por la extensa y despoblada frontera entre Brasil y la Banda Oriental o por intermedio de la Colonia del Sacramento cuando la ocupan los portugueses; tambi�n emplean peque�as sumacas (embarcaciones) que con facilidad arriban a la costa del Plata,7 y no pocas veces operan abiertamente y con la complicidad de gobernadores y autoridades locales. La Colonia del Sacramento, ciudad emplazada por los portugueses frente a la ciudad de Buenos Aires en 1680, constituye, como Jamaica en las Antillas, el centro del contrabando rioplatense.
Los comerciantes porte�os, m�s que al peligro de una posible invasi�n, temen la competencia de �stos en el intercambio de manufacturas y esclavos por cueros, realizado con las naves inglesas que rondan nuestras costas. El gobernador Garc�a Ros se queja amargamente en 1715 ante la imposibilidad de controlar el comercio il�cito, debido a la escasa cantidad de soldados y la extensi�n de fronteras y del litoral; pero como buen funcionario colonial no duda en recibir de los navegantes ingleses buenas sumas de dinero en pago de sus servicios. No ser� el �nico: la Compa��a del Mar del Sur a pesar de ser abastecedora legal de esclavos en los dominios del rey de Espa�a, no se libra de entregar con frecuencia abultadas cantidades para evitarse problemas con los funcionarios; estos gastos extras, escrupulosamente asentados en las cuentas de los comerciantes, nos documentan hoy sobre el concepto de honradez administrativa de la �poca. Algunos ejemplos: en 1744 el capit�n del nav�o Royal George entrega a los oficiales reales, en calidad de presente, ciento dieciocho mil pesos en piezas de ocho reales; el 1� de agosto de 1722, seis mil pesos al gobernador de Panam�, mil quinientos al fiscal y dos mil a los oficiales reales del puerto. Entre 1716 y 1717, el capit�n del Kingston vende en forma il�cita mercader�as y esclavos en Buenos Aires, mediante la entrega del 25% de los beneficios al gobernador. Y mientras en la pacata Buenos Aires desembarcan la carga humana, en Londres los miembros de la Compa��a sobornan al representante de S. M. Cat�lica para que permita cientos de fraudes y lo hacen a cambio de la entrega de mil libras esterlinas y una pensi�n anual de ochocientas. As� lo se�ala V. L. Brown bas�ndose en testimonios de la �poca. En determinado momento, los miembros de la Compa��a del Mar del Sur, dedicada a las actividades del comercio humano y de la que es socio el mismo monarca espa�ol, utilizan el chantaje para lograr sus prop�sitos. (Documentos publicados en �The South Sea Company and Contraband Trade�, en American Historical Review, vol. 31, n� 4, julio de 1926.) Son tan frecuentes aquellos tratos para eludir las prohibiciones y el monopolio que en muchos casos los comerciantes desconocen la existencia de las actividades l�citas. En 1750 queda sin efecto el monopolio que posey� Inglaterra para realizar el comercio de esclavos, previa indemnizaci�n de cien mil libras esterlinas. La indemnizaci�n corresponde a las comisiones que dejar�a de cobrar el monarca por la soluci�n de los negocios.
Las ganancias producidas por este comercio son apreciables. Un negro bozal2 reci�n llegado de �frica (aproximadamente en 1780) se vende en la costa del Brasil a un precio que oscila entre 90 y 120 pesos y en Buenos Aires a 250, cifra que puede duplicarse y triplicarse en el Per� de acuerdo con la oferta y la demanda del momento. Recuerda un cronista colonial y testigo de aquel momento rioplatense (Lastarria) que un velero que arriba al puerto de Montevideo con trescientos esclavos deja a su propietario no menos de setenta y cinco mil pesos de ganancia (el sueldo de un pe�n de campo oscila entre los cinco y ocho pesos mensuales). Vendida la carga humana, entre Buenos Aires y Montevideo, adquiere veinticinco mil pesos de cueros, cantidad con la cual colma la capacidad de su nave. La diferencia, cincuenta mil pesos, si lo desea, puede enviarla en met�lico o invertirla en nuevas exportaciones de cueros. La autorizaci�n para comerciar libremente no exime sin embargo a los interesados de la necesidad de un permiso oficial para hacerlo. Muchas �rdenes reales beneficiar�n a los espa�oles y criollos instalados en Buenos Aires; uno de ellos, Tom�s Antonio Romero, se contar� entre los m�s favorecidos. Esp�ritu emprendedor dentro de la monoton�a porte�a s�lo interesada en comprar a dos y vender a cuatro, due�o de un respetable capital, adquiere veleros apropiados y los fleta a la costa de �frica. Sus informes a las autoridades virreinales y otros que remite a Espa�a alude a los viajes, los �xitos y los fracasos. Y el virrey Arredondo se regocija ante el esp�ritu progresista del espa�ol (hab�a nacido en Maguer). Ni una palabra de condolencia ante la situaci�n de esos hombres arrancados por la fuerza de sus hogares. La insensibilidad, en momento de intensa campa�a abolicionista, puede compararse con la de ciertos historiadores contempor�neos enamorados de los gr�ficos y las series estad�sticas e inmunes al dolor humano. Los comerciantes criollos y espa�oles que trafican con cueros y con seres humanos utilizan el sistema de los brit�nicos. De Buenos Aires y de la Banda Oriental remiten cueros secos de vacunos a Espa�a y con el dinero que les remite su venta compran manufacturas. Enfilan luego las proas de sus naves hacia la costa de �frica donde, mediante operaciones de trueque, adquieren mano de obra servil. Otros, imposibilitados por razones econ�micas de emprender tan largos viajes, deben conformarse con los env�os de la costa del Brasil (Pernambuco, Bah�a y R�o de Janeiro) desembolsando, como es natural, precios m�s elevados por unidad de mercanc�a. Los permisos otorgados por la Corona para la importaci�n de mano de obra esclava est�n directamente asociados a la influencia que el interesado posea en Espa�a. Con posterioridad a la Revoluci�n Francesa, emigrados franceses buscan refugio en la Pen�nsula y solicitan la ayuda de sus pares. Ello ocurre mientras la Asamblea Nacional de Francia decreta la abolici�n de la esclavitud. En Buenos Aires el conde de Liniers, socio de comerciantes ingleses, ser� autorizado por una Real Orden del 3 de enero de 1793 para introducir 200 negros y transportar hacia Buenos Aires y otros puertos �gomas, marfil, especias, �bano, sagor y cristal de roca...�. Debido a los abusos cometidos, el 20 de abril de 1799 se proh�be el comercio de naves extranjeras, competidoras de las espa�olas, tanto en las actividades l�citas como en las il�citas. Durante la guerra entre Espa�a e Inglaterra, y para mayor seguridad, parte del comercio mar�timo ser� realizado por comerciantes neutrales. Para cumplir con la disposici�n que s�lo autoriza a los veleros espa�oles, los propietarios de las naves las espa�olizan.3 Cumplido el tr�mite, vendida su carga, adquirida otra y alejados de la ciudad, cambian nuevamente de bandera y navegan sin mayores problemas.
Decadencia de la trata de esclavos Los acontecimientos militares anteriores a 1810, la situaci�n internacional y otros factores de car�cter interno interrumpir�n pr�cticamente el comercio infame en el R�o de la Plata. Los precursores de los sucesos de Mayo y los ide�logos de la Revoluci�n no plantean en sus escritos, o lo hacen tangencialmente, aquella tem�tica. Tengamos en cuenta de que reci�n el 9 de abril de 1812 la Junta de Gobierno de Buenos Aires proh�be el ingreso de las naves negreras al R�o de la Plata, y tampoco olvidemos que, debido a la segregaci�n del Virreinato y a la ocupaci�n espa�ola del Alto Per�, se interrumpe el env�o de mano de obra servil a Chile, Potos� y Lima, centros principales de la actividad negrera. Por otra parte, Buenos Aires, suficientemente abastecida durante los �ltimos veinte a�os, sin manufacturas importantes, sin industrias, sin plantaciones, no tiene en aquel momento mayor inter�s en la importaci�n de negros.
La monarqu�a teme que la legislaci�n abolicionista del R�o de la Plata perjudique a los colonos fronterizos y que los esclavos, alentados por la medida, huyan hacia las Provincias Unidas. Y en Buenos Aires, el 29 de diciembre dejan sin efecto lo obrado por la Asamblea a pedido, seg�n lo se�alan, de Su Alteza el Pr�ncipe Regente de Portugal, y establecen que �todo esclavo perteneciente a los Estados del Brasil que hubiese fugado o fugase en adelante sea devuelto escrupulosamente a sus amos...�. D�as m�s tarde (21 de enero de 1814) permiten que cualquier viajero que llegue al R�o de la Plata introduzca libremente los esclavos que conduce en calidad de sirvientes. La participaci�n de los esclavos en los ej�rcitos libertadores de Chile y del Per�, como posteriormente en la guerra que sostendr� el pa�s contra las pretensiones expansionistas del Imperio del Brasil, contribuye, junto con otros factores, a la disminuci�n de la poblaci�n negra tanto en Buenos Aires como en el interior. El alejamiento de los hombres permite asimismo el mestizaje y detiene el crecimiento vegetativo de los elementos racialmente considerados africanos puros. En determinado momento, aproximadamente en 1817, los hechos se�alados crear�n una fuerte escasez de mano de obra servil, oportunidad de inmediato aprovechada por viajeros arribados del interior para obtener buenas ganancias con la venta de esclavos introducidos en calidad de sirvientes. Sin llegar a los extremos anteriores a 1810, el inter�s por el lucro f�cil origina abusos de toda �ndole: contrabandos, falsificaci�n de documentos y otros fraudes similares son tan frecuentes que el 3 de setiembre de 1824 se proh�be la venta de los esclavos que introducen los viajeros (�Constando al gobierno los abusos que comienzan a hacerse�). El 15 de octubre de 1831 el gobernador Juan Manuel de Rosas permite nuevamente la enajenaci�n de los esclavos que introducen los viajeros y deroga el decreto de 1824 (Archivo General de la Naci�n, Buenos Aires, Polic�a, 1831-33, libros 62-64). Dos a�os m�s tarde, debido a la cr�tica period�stica, se anula la medida (27 de diciembre de 1833). En el �nterin se venden en Buenos Aires gran cantidad de negros bozales que transportan las naves extranjeras que arriban a la ciudad. La ley sancionada en 1833 establece que los esclavos decomisados queden en poder de aquellos que denunciaron su ingreso y puedan usufructuar el trabajo de �stos teni�ndolos en custodia (patronato). Asimismo es conveniente aclarar que el derecho de patronato es transferible mediante venta. El 24 de mayo de 1839, el ministro de relaciones exteriores firma un tratado con Gran Breta�a por el cual el pa�s se compromete a cooperar en la campa�a emprendida contra el tr�fico infame. Cooperaci�n que determina la ayuda que deben prestar las naves de guerra argentinas en la captura de mercantes negreros.
Discriminaci�n y prejuicio racial Algunos hispanistas como Richard Konetzke sostienen la preeminencia del pensamiento estamental de la Edad Media en las posesiones del Nuevo Mundo. En las colonias de Espa�a los blancos desprecian los trabajos manuales que, sostienen, s�lo competen a las poblaciones sometidas. Para los peninsulares y sus descendientes, ser indiano significa, en relaci�n con los mestizos, negros e indios, tener calidad de noble. Influye en ello la motivaci�n que impuls� a cientos de miles de inmigrantes a trasladarse al Nuevo Mundo y que puede resumirse en una sola frase: adquisici�n de riquezas con el menor trabajo posible. A muchos la realidad de la geograf�a del R�o de la Plata, la inmensidad de su llanura y la rebeld�a del indio, los pondr� en contacto con un mundo muy distinto del que se hab�an imaginado. En Buenos Aires, la pampa y las distancias que la separan de los centros poblados del interior, estrecha a sus vecinos en el siglo XVII y gran parte del siguiente, en miserables ranchos de paja y barro; la llanura es uno, y no el menor, de los obst�culos que se deben vencer para alcanzar C�rdoba, Chile o el Alto Per�. Y m�s all�, la cordillera y las traves�as interminables. Ni siquiera un r�o que facilite la comunicaci�n con aquellos centros.
Para el espa�ol, tanto el peninsular como el indiano, nobles son quienes no tienen entre sus descendientes a moros, jud�os o negros. Para la obtenci�n de cargos p�blicos presentar�n testigos y �rboles geneal�gicos que demuestren su nobleza y la ausencia de mala raza entre sus antecesores de tres generaciones. Esta preocupaci�n racista se asocia con prejuicios religiosos heredados por los descendientes de la clase social dominante. El historiador contempor�neo Julio Caro Baroja (miembro de la Real Academia de la Historia de Espa�a) sostiene: la existencia de un germen y, m�s de un germen, de una preocupaci�n t�picamente racista y concretamente antisemita insertada dentro de la noci�n de �limpieza de sangre�. Concepto este �ltimo que tampoco significa, y de manera especial para el espa�ol americano, absoluta pureza de sangre blanca. La estructura social en el R�o de la Plata presenta caracter�sticas similares a las de otros �mbitos de Hispanoam�rica. Una estructura asociada �ntimamente con los prejuicios raciales que sit�a al blanco en la cima de la escala y al negro en �ltimo lugar. Para el negro la movilidad social por medio del matrimonio era pr�cticamente imposible y menos por l�nea materna. En algunos casos �como lo se�alan testamentos del siglo XVIII� el blanco toma a su cargo al hijo habido con una mulata o una negra. Pero el mestizaje ser� m�s frecuente en la campa�a, donde la barragan�a es un hecho com�n. A partir de la segunda mitad del siglo xVIII la poblaci�n de la campa�a aumenta considerablemente; mestizos del norte y centro del actual territorio del pa�s migran hacia la llanura de Buenos Aires, las cuchillas de la Banda Oriental y las estancias de Entre R�os, Santa Fe y C�rdoba. Muchos descienden de los primeros pobladores espa�oles y racialmente abarcan el amplio espectro que separa a los mestizos de los espa�oles. Estos blancos marginados trabajan peri�dicamente en faenas rurales y forman parte de una poblaci�n con caracter�sticas especiales. Como dec�amos, el mestizaje se produce fuera de la ley. Y el hecho ser� total durante el siglo XVIII al hacerse m�s estricto el concepto de superioridad racial. En 1762, en un documento eclesi�stico de Buenos Aires se dec�a: �No s�lo son muchos los extrav�os que hace el pueblo echando los p�rvulos y d�ndolos a alg�n confidente en las iglesias... en los patios y puertas de las casas cometen muchas culpas de pensamientos, palabras y acciones, sino a veces tambi�n en los cementerios y puertas de las iglesias, mientras est�n haciendo los entierros� (citado por Carlos Correa Luna en Don Baltazar de Arand�a. Buenos Aires, 1918, p�g. 29). En C�rdoba plantean en varias ocasiones a las autoridades los excesos sexuales que se cometen durante las procesiones nocturnas de Semana Santa y solicitan la prohibici�n de las mismas. Aluden a las relaciones entre personas de diferentes condiciones sociales. Y en Buenos Aires una �Satirilla festiva� les recuerda entre otras cosas a los porte�os de 1802: �Que en esta tierra muy pocos se quieren matrimoniar y en la Cuna, diariamente vayan ni�os a botar�. Carlos III establece por una pragm�tica que los parientes de una pareja de novios pueden oponerse al matrimonio de �stos si por considerar dudosos los antecedentes de cualquiera de los c�nyuges crean que la uni�n ser�a perjudicial para el honor de la familia. Se legisla en aquel momento algo que est� �ntimamente unido a las ideas de la clase dominante. Muchos a�os m�s tarde seguir� consider�ndose como infame a quien posea antecesores africanos en la familia. Esta concepci�n racista tendr� plena vigencia tanto en la sociedad tradicional como en las clases despose�das. Todos aquellos con caracteres f�sicos que acusen rasgos africanos son considerados personas viles. Un falso rumor cuestionando el origen espa�ol de una familia bastaba para difamarla. Los t�rminos empleados para se�alar a los �hombres de color� y a sus descendientes delatan asimismo el desprecio racista. Sol�rzano Pereyra (jurista del siglo XVII) al sostener la necesidad que tienen las Indias de mano de obra esclava, aconseja que se valgan de negros, mestizos y mulatos libres de los cuales �escribe� �hay tanta canalla ociosa en estas provincias� (Pol�tica Indiana libro II, cap. III, n� 11). Los mulatos, opina luego, �toman este (nombre) en particular, cuando son hijos de negra y de hombre blanco o al rev�s, por tenerse esta mezcla por m�s fea y extraordinaria y dar a entender con tal nombre, que le comparan a la naturaleza del mulo�. Aunque libres, los negros est�n regidos por r�gidas normas legales. �Tienen la obligaci�n de permanecer bajo las �rdenes de un amo; de convivir bajo la tutela de personas conocidas; no pueden andar libremente de noche; les est� prohibido llevar armas; las mujeres no pueden adornarse con joyas ni vestido de seda.4 El sistema de castas determina asimismo diferencia en las penas ante un mismo delito. Los castigos corporales tendr�n exclusiva vigencia entre los pobladores socialmente menos considerados y con mayor intensidad para negros y mulatos. Al consultarse en 1785 si era permitido azotar a los culpables de delitos leves, responde cierto asesor jur�dico que s� podr�a correg�rselo mediante azotes en un sitio p�blico siempre que el acusado fuera persona de �baxa suerte�. En 1758 el gobernador de C�rdoba establece la aplicaci�n de una marca de hierro candente sobre el cuerpo de quienes, por ser vagos, jugadores y enviciados considera como rebeldes, pero siempre que los inculpados sean indios, negros o mulatos �... doscientos azotes y sean marcados con una erre de a geme�,5 escribe. (Citado por Ernesto Quesada, La vida colonial argentina, Buenos Aires, 1917, p. 35) En muchos casos los castigos (treinta, cincuenta, doscientos o m�s azotes se aplican sin la confecci�n del correspondiente sumario, pues no era necesaria la actuaci�n de jueces ni la exposici�n de testigos. El Cabildo de C�rdoba recuerda en 1789 que a los ladrones, siendo mulatos o negros, siempre se los azot� �sin m�s figura de juicio ni perder tiempo en procesarlos�.6 Los bandos de los gobernadores y virreyes en todos los casos ordenan la flagelaci�n de los reos considerados de �color baxo� como denominan a negros y mulatos. La Real c�dula de 1789 sobre el tratamiento que debe aplicarse a los esclavos, considerada por los historiadores como un paso positivo en las relaciones entre amos y esclavos, insiste en la necesidad de castigar con azotes a los negros ante el incumplimiento de sus deberes. Establece en su cap�tulo VIII que �podr� y deber� ser castigado correccionalmente por los excesos que cometa, ya por el due�o de la hacienda, o ya por su mayordomo, seg�n la cualidad del defecto, o exceso, con prisi�n, grillete, cadena, maza, cepo, con que no sea poni�ndolo en �ste de cabeza o con azotes, que no pueden pasar de veinticinco, y con instrumento suave, que no les cause contusi�n grave, o efusi�n de sangre�. Las penas por delitos que sus amos creyeran conveniente castigar con mayor severidad deb�an ser aplicadas por la justicia. Por esa causa muchos entregan sus esclavos a las autoridades civiles. Enviados a la c�rcel p�blica por determinado tiempo, los abandonan sin alimentarlos, sistema que seguir� emple�ndose con posterioridad a 1810 sin diferencia alguna. Asimismo las penas corporales contin�an siendo privativas de las clases consideradas inferiores. El movimiento de 1810 no se preocup� directamente por mejorar las relaciones entre amos y esclavos, aunque es justo se�alar que la aparici�n de nuevos factores econ�micos, sociales y militares, vinculados con el proceso revolucionario, ir�n determinando cambios favorables a la condici�n del negro. A pesar del esp�ritu de la legislaci�n de la Asamblea de 1813, los castigos corporales contin�an aplic�ndose y siempre a los componentes de las antiguas castas. Tanto en Buenos Aires como en el interior, la costumbre perdura hasta fines del siglo pasado.7 Los hombres de color, libres o esclavos, mulatos o negros �atezados�8 tambi�n est�n totalmente excluidos de la ense�anza de las primeras letras, por expresa disposici�n de las autoridades. Sobre el particular ordenan los cabildantes de Buenos Aires, el 8 de mayo de 1723, al maestro Alonso Pacheco que no debe ense�arles a leer, escribir o contar. S�lo est� autorizado, pero �teni�ndolos separados�, a darles nociones de religi�n. Y agrega que �no los saque a los actos p�blicos sino apartados de los espa�oles para que no se junten�. En t�rminos generales, esta disposici�n perdura hasta algunos a�os despu�s de 1810, y s�lo se aten�a lentamente. En 1823, la Sociedad de Beneficencia dispone la creaci�n de una escuela para ni�os de color, apartados hasta aquel momento de la ense�anza de las primeras letras. En 1833 esa y otras escuelas funcionan en distintos barrios de Buenos Aires, y conocemos la existencia de otra instalada en 1855 en la Catedral del Norte. Informes posteriores se�alan que por falta de fondos debieron ser clausuradas. En 1877, los morenos de Buenos Aires �calculamos su poblaci�n en aproximadamente seis mil almas� solicitan la creaci�n de escuelas para los descendientes de los antiguos africanos. Pero si bien la ense�anza de las primeras letras les est� vedada en la �poca colonial, muchos amos y especialmente congregaciones religiosas ense�an a los esclavos a ejecutar alg�n instrumento. Las limitaciones contin�an: Cabello y Mesa a comienzos del siglo XIX proh�be formar parte de la sociedad literaria que piensa establecer en Buenos Aires a quienes define como personas de �mala raza�, es decir que no sean cristianos viejos, sin tacha de negro, mulato, chino, zambo, cuarter�n o mestizo. Y como sostiene en El Tel�grafo Mercantil (abril de 1801) �se ha de procurar que esta Sociedad Argentina se componga de hombres de honrados nacimientos�. Posteriormente, la segregaci�n tendr� diversas manifestaciones m�s o menos ostensibles. Tal vez la m�s notable sea la inmediata separaci�n de los naturales (indios) de los pardos y morenos pertenecientes al ej�rcito, situaci�n que se prolonga bajo diversas formas de prejuicio racial hasta la segunda mitad del siglo pasado.
Vida cotidiana En Buenos Aires, como en el interior del virreinato, el trabajo dom�stico estuvo a cargo de esclavos. En la ciudad viven con sus amos en la misma casa, ocupando el tercer patio, lejos de las habitaciones principales. All� crecen los muleques9 en compa��a de los hijos de sus amos. Las negras acompa�an a las amas a misa, cocinan, lavan la ropa, realizan costuras y otros trabajos similares. En algunos casos, cuando la familia no dispone de suficientes entradas, salen a vender pasteles y confituras para solventar los gastos de sus due�os. Acompa�an a los ni�os en sus juegos y los cuidan hasta los cinco o seis a�os. Dadas las escasas condiciones de higiene, la falta de cuidados en el parto y el abandono en que los sumen sus amos, la mortalidad infantil era elevada.10 A partir del siglo XVII, quienes disponen de cierto capital invierten con frecuencia dinero en la adquisici�n de mano de obra esclava para alquilarla, recibiendo de esta manera una renta, que es mayor si el negro tiene alg�n oficio; de all� el inter�s por ense��rselo. Los beneficios derivados de este alquiler debieron ser sustanciales porque a fines del siglo XVIII los contratos de trabajo aumentan en forma importante. Comerciantes, funcionarios y hacendados constituyen los principales propietarios de esclavos entre la poblaci�n civil y quienes se dedican con mayor frecuencia a alquilar sus sirvientes. Por lo expuesto, resulta dif�cil estipular, tomando por ejemplo las cifras del padr�n de 1778, qu� porcentaje de esclavos se dedica a tareas dom�sticas o a trabajos fuera de la casa de sus amos. El sistema debi� extenderse en exceso pues durante el transcurso de las dos �ltimas d�cadas del siglo XVIII, informes oficiales, reales c�dulas y comentarios period�sticos determinan la presencia de un movimiento de opini�n que desea el alejamiento de los esclavos y personas de color en general, de las actividades artesanales, tareas a las que est�n dedicados muchos negros. Sostienen que los espa�oles (criollos o peninsulares) no realizan trabajos manuales debido a la infamia que constituye para ellos el contacto con las castas consideradas inferiores. �El deseo de mantener en pie y sin trabajar �escriben en 1806� un peque�o capital, ha sugerido la idea de emplearlo con preferencia en comprar esclavos y destinarlos a los oficios, para que con su trabajo recuperen algo m�s que el inter�s del fondo invertido en esta especulaci�n; por semejante medio se han colmado de estas gentes mercenarias todas las tiendas p�blicas, y han retra�do por consiguiente los justos deseos de los ciudadanos pobres de aplicar a sus hijos a este g�nero de industria.� Ya hemos se�alado que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII aumenta el n�mero de pobladores marginados que sin ser negros, ind�genas o mulatos no poseen medios de subsistencia ni est�n en condiciones de obtener cargos p�blicos. Estos �blancos de orillas� constituyen un problema para las autoridades y m�s aun dentro de un �mbito donde existe un fuerte prejuicio frente a los trabajos manuales. Prejuicio que debemos sumar al racial. �Los blancos prefieren la miseria y la holgazaner�a antes de ir al trabajo al lado de negros y mulatos.� Escribe Manuel Belgrano en una de sus memorias al Real Consulado.
En otros casos los amos estipulan con sus esclavos y ante escribano p�blico la entrega de una suma fija mensual, otorg�ndoles plena libertad de elegir el trabajo que m�s le conviniera. De all� que muchas esclavas, ante la imposibilidad de reunir el dinero necesario e impulsadas por sus amos, prostituyen sus cuerpos. As� lo se�ala una real c�dula en 1672. Y en 1797 uno de los alcaldes de la ciudad solicita proh�ban que las negras y mulatas vendan �empanaditas, pasteles y otras golosinas� en la Plaza de Amarita, tambi�n denominada Plaza Nueva, pues se quedan hasta muy tarde por la noche haciendo compa��a a peones santiague�os y a mal entretenidos. En gran parte del trabajo estable que se realiza en las estancias tambi�n aparece el negro esclavo. S�lo en las tareas peri�dicas (yerras y apartes) intervienen contratados para tal fin criollos y mestizos que, por lo general, son pobladores (los denominan agregados) de la misma estancia. Antes de su expulsi�n, los jesuitas emplean en todas sus estancias mano de obra africana. En C�rdoba poseen en 1686 trescientos esclavos, 11.000 ovejas, 5.000 caballos, 3.000 vacunos y 1.000 mulas. �En 1767, en la estancia de Alta Gracia �una entre las varias de la Compa��a� la peonada para atenderla acced�a a 140 negros y 170 negras... cantidad al parecer excesiva para atender no m�s de quince mil cabezas de ganado.� (Joaqu�n Cracia, Los jesuitas en C�rdoba. Buenos Aires, 1940, p�g. 371). En Buenos Aires a mediados del siglo XVIII las estancias de Magdalena y la de Areco ocupan en total m�s de ciento veinte esclavos. Sus conexiones con los asentistas ingleses son estrechas y est�n ligadas a ellos por m�ltiples transacciones comerciales. La expulsi�n de los jesuitas no introduce cambios en las estancias, administradas por las Temporalidades. El campo de la Hermandad de la Caridad de Buenos Aires ocupa mano de obra africana en su totalidad: capataces, peones y puesteros. Parad�jicamente el producto del establecimiento mantiene en Buenos Aires un colegio de hu�rfanas donde no se permite la internaci�n de personas de color. S�lo abren sus puertas a �hu�rfanas de sangre limpia� como estipulan sus reglamentos. Hasta el personal de servicio debe ser europeo, pues aquellos que denominan gentuza y personas de bajo origen no puede tener contacto con las ni�as del Colegio. Temen que si ocurriera �las se�oras de la ciudad no pongan a sus hijas de colegialas por el justo temor de que se las confunda con las esclavas�. Cabr�a preguntarse si la piel de las porte�as era tan oscura como para que temiesen que se las confundiera con mu�equillas mulatas. Esclavos y negros libres desempe�an trabajos artesanales de carpinter�a, zapater�a, sastrer�a, herrer�a, peluquer�a, alba�iler�a, etc., calcul�ndose que m�s de un sesenta por ciento de aquellas actividades est�n ocupadas por ellos. Con frecuencia los propietarios de los locales son europeos que dejan en manos de sus esclavos los trabajos manuales, pese a que, como ya se�alamos en varias oportunidades, se trat� de impedir que desempe�asen aquellas tareas. Las ordenanzas del gremio de zapateros de Buenos Aires excluyen de entre sus miembros a los hombres de color (1791). �stos, como lo se�ala el historiador Enrique Barba, ante la segregaci�n que les imponen, se ven en la necesidad, a pesar de ser mayor�a, de constituir otro gremio, se�alando con tal motivo que las ordenanzas que los excluyen �enerva los derechos de los hombres, aumenta la miseria de los pobres, pone trabas a la industria, es contraria a la poblaci�n...�. Cuestionan el derecho que se atribuyen los europeos de autorizar s�lo a quienes ellos crean conveniente para ejercer el oficio y de reservarse la venta de los zapatos que fabrican los negros, en una t�pica actitud monopolista. Cornelio Saavedra, en aquel momento Procurador General, condena al monopolio pero aconseja en cambio no se permita la divisi�n del gremio de zapateros y cree l�gico que los negros no ocupen en �l cargos directivos �por ser personas que el derecho inhabilita para los actos civiles�. La escasa industria manufacturera familiar basada exclusivamente en el trabajo del algod�n y la lana no emple� esclavos. Salvo algunos telares propiedad de los jesuitas (en C�rdoba y en otras regiones) y cuya producci�n se destinaba al consumo interno en su gran mayor�a pues los saldos eran m�nimos, el resto fue manejado por sus propios due�os. Por lo general el trabajo artesanal cubre escasamente las necesidades de la zona y el resto se env�a a los centros poblados. La producci�n era escasa y siempre a nivel familiar. Para tener una idea del monto que representa la manufactura textil y que un autor denomina �pujante y poderosa� compar�ndola con la miner�a y las derivadas de la ganader�a, tengamos en cuenta que la producci�n de Chuquisaca, una de las m�s importantes del Virreinato, en sus mejores momentos no super� los cuarenta mil pesos. Cantidad �nfima si la comparamos con los setenta y cinco mil pesos que produce la venta de un cargamento de esclavos de un solo barco negrero. Gregorio Funes bajo el seud�nimo de Patricio Saliano escribe en El Tel�grafo Mercantil (1802) que la industria textil de C�rdoba est� en manos de mujeres, explotadas por los comerciantes que adquieren sus productos (�...vienen a quedar las mujeres �nicas fabricantes de los tejidos, perpetuamente sujetas a una esclavitud mercantil�). Tal la estructura de lo que se ha denominado la principal industria del pa�s. Lo mismo ocurre con la industria sombrerera, tambi�n artesanal, que ocupa muy pocos esclavos y, en cuanto a la producci�n de ca�a de az�car, es muy limitada (Salta) y trabajan en ella exclusivamente indios de la zona.
Crisis del sistema esclavista Aludimos ya al aumento de poblaci�n que puede considerarse blanca y que vive marginada. Est�n radicados tanto en la ciudad como en el campo, muchas veces sin ocupaci�n fija. En Buenos Aires y las ciudades del interior ocupan m�seros ranchos emplazados en las orillas. En la campa�a algunos propietarios latifundistas les permiten poblar un rinc�n de sus campos. Son frecuentes las quejas durante la segunda mitad del siglo pasado debido a robos de haciendas, vagabundaje, juegos prohibidos, ocupaci�n indebida de tierras. En cierto momento les prohiben tener hacienda a menos que dispongan de una gran extensi�n de tierra. Poco antes de 1810, y como lo se�alamos en nuestro estudio sobre la situaci�n social del gaucho, comienzan las medidas represivas que tendr�n su expresi�n m�s cruda a mediados del siglo pasado. Sin profundizar en el tema y comparando la situaci�n del R�o de la Plata con la de otros �mbitos de Am�rica (los llanos de Venezuela, por ejemplo)11 observamos la existencia de una gran masa de poblaci�n disponible para el trabajo. Los propietarios criollos buscan entonces la salida del r�gimen esclavista hacia otro con formas feudales y empleando la amplia legislaci�n existente. Se obliga a los despose�dos a trabajar, a enrolarse en el ej�rcito, se les impide trasladarse de un sitio a otro. La soluci�n m�s adecuada a los problemas que representan la dar� la Guerra de la Independencia y la necesidad de soldados para los cuerpos de caballer�a. La primera medida que aparentemente determina una crisis en el sistema esclavista data como es sabido de 1813. El 2 de febrero de aquel a�o la Asamblea General Constituyente establece la �ley de vientres� acordando la libertad a todos los ni�os nacidos con posterioridad a ese a�o. El 6 de marzo se reglamenta la ley disponi�ndose su cumplimiento en varias etapas, con lo que se desvirt�a el esp�ritu libertario que hab�a inspirado la medida. (�Ese b�rbaro derecho �hab�an dicho� del m�s fuerte que ha tenido en consternaci�n a la naturaleza, desde que el hombre declar� la guerra a su misma especie, desaparecer� en lo sucesivo de nuestro hemisferio; y sin ofender el derecho de propiedad, si es que �ste resulta de una convenci�n forzada, se extinguir� sucesivamente hasta que regenerada esa miserable raza iguale a todas las clases del estado y haga ver que la naturaleza nunca ha formado esclavos sino hombres, pero que la educaci�n ha dividido la tierra en opresores y oprimidos.�) La reglamentaci�n de las medidas solicitadas por la Asamblea establece que los negros nacidos con posterioridad a 1813 permanecer�n hasta los veinte a�os de edad bajo la protecci�n de sus amos, quienes han de disponer de ellos sin abonarles salario alguno por su trabajo. Esta protecci�n denominada derecho de patronato puede enajenarse mediante la entrega de una suma de dinero. Los avisos de los peri�dicos editados entre 1813 y 1852 anuncian con frecuencia la venta de derechos de patronato. Aluden asimismo a la huida de ni�os de color nacidos con posterioridad al a�o 1813 y a la gratificaci�n que ofrecen sus amos a quien los devuelva. Los libertos mayores de dos a�os (art�culo 5�) pueden quedar en poder del due�o de la esclava en caso de que �ste venda a la madre, situaci�n que no presenta modificaci�n alguna con respecto a la observada en los peores momentos anteriores a 1810. Si bien nadie plantea la diferencia entre esclavitud y patronato, los porte�os saben que son sin�nimos. Advirtamos que en aquel momento los esclavos constituyen la totalidad del servicio dom�stico y por lo general no est�n dedicados a tareas productivas. Su posesi�n determina la situaci�n econ�mica del amo y otorga cierto status social. Reci�n en 1852 la Asamblea Constituyente dispondr� la libertad total de los escasos esclavos que todav�a existen en el territorio argentino. En los cinco a�os anteriores a esa fecha los peri�dicos porte�os no ofrecen ninguno en venta. Quienes fueron introducidos desde �frica antes de 1812 y que a�n sobreviven, en su mayor�a son ancianos. S�lo quedan algunos vendidos posteriormente por viajeros que llegan al pa�s amparados en la legislaci�n que ya mencionamos. Por otra parte el trabajo dom�stico es realizado por inmigrantes europeos y criollos mestizos. La ley, en realidad, alude a un hecho ya consumado. (�En la Confederaci�n Argentina �dijeron en alguna ocasi�n� no hay esclavos: los pocos que hoy existen quedar�an libres desde la jura de esta Constituci�n...�)
Carne de ca��n Los sucesos posteriores a 1810 determinan la urgente necesidad de establecer una fuerza armada capaz de defender el nuevo sistema pol�tico. De all� las frecuentes levas de paisanos �ya denominados gauchos� y el enrolamiento de esclavos. El sistema y el m�todo utilizado no era nuevo pero s� lo era su intensidad y crea normas jur�dicas distintas en las relaciones entre la clase dominante en aquel momento y los despose�dos. La primera medida data del 29 de mayo de 1810 y resquebraja el sistema de autoridad. De acuerdo con lo establecido ese d�a por la Junta, el ej�rcito deb�a constituirse sobre la base de todos �los vagos y hombres sin ocupaci�n conocida, desde la edad de los diez y ocho hasta la de cuarenta a�os� sum�ndoseles los cuerpos ya existentes. La leva de paisanos denominados �vagos� adquiere grados tan extremos que d�as m�s tarde los propietarios de las tropas de carretas que viajan al Norte deben detenerse pues las partidas militares les han secuestrado todos sus peones. El sistema expuesto seguir� en vigencia, con pocas variantes, hasta la aplicaci�n del servicio militar obligatorio. Tambi�n en 1810 (8 de junio) la Junta, para desagraviar a los indios, pues considera una ofensa que �stos formen parte de las compa��as de pardos y morenos, ordena la separaci�n total de los mismos. Se�alemos que el indio desde un primer momento, y al menos en teor�a, es objeto de las inquietudes sociales de los ide�logos de la Revoluci�n. Frente a la movilizaci�n de las tropas, los esclavos tomar�n conciencia de los sucesos pol�ticos. El hecho preocupa a los propietarios y lo advertimos, por ejemplo, en ciertas opiniones vertidas en la biograf�a oficial de Juan Manuel de Rosas editada en 1830: �la revoluci�n �se dice� que estall� el a�o siguiente (1810), agit� profundamente al pa�s, e hizo que los esclavos fuesen menos d�ciles a la voz de sus amos. Muchos propietarios y don Le�n Rosas entre ellos (padre de Juan Manuel de Rosas), no hallaron m�s remedio contra un mal cuyos progresos amagaban sus fortunas, que ir a establecerse a sus estancias�. El 31 de mayo de 1813 se ordena el establecimiento de un batall�n de esclavos, consider�ndolo indispensable �para la salvaci�n de Buenos Aires�. Y siempre que Buenos Aires �lo mismo ocurre en las ciudades del interior� afronte un serio peligro, ha de recurrirse a los soldados de color. La infanter�a negra constituye en determinados momentos m�s de una cuarta parte de las tropas regulares sin tener en cuenta a aquellos que forman la reserva. Brackenridge recuerda que poco despu�s de 1810 un porcentaje similar revista en el ej�rcito de Buenos Aires y opina, �no son inferiores a ninguna tropa del mundo�. Los esclavos cubren los claros que deja el entusiasmo, al parecer no muy fervoroso, de los ciudadanos. As� ocurre mientras San Mart�n prepara en la ciudad de Mendoza el ej�rcito con el cual ha de cruzar la cordillera. Los vecinos del puerto emplazado sobre el R�o de la Plata, a pesar de no permanecer en su totalidad indiferentes, no concurren con su ayuda enrol�ndose en calidad de voluntarios. Sus donativos en la mayor parte de los casos son forzados y sujetos a una posible indemnizaci�n.12 A los esclavos los compra el Gobierno; las armas y bagajes indispensables se adquieren con dinero de la Tesorer�a, seg�n se desprende de las cartas intercambiadas entre el Director Pueyrred�n y San Mart�n. El bando del 15 de enero de 1815, que dispone el embargo de los esclavos en poder de los espa�oles europeos sin carta de ciudadan�a, esparce un clamor general en la ciudad. Cientos de solicitudes llegan al gobierno rogando se revea la medida. Y muchos llevar�n sus esclavos al exterior (Montevideo), burlando las medidas oficiales. Otras leyes posteriores contin�an estableciendo distintos embargos y los extienden a los americanos, pero siempre con la condici�n de abon�rselos. Gran parte del Ej�rcito de los Andes est� formado por esclavos, reunidos en su mayor parte en los batallones (regimientos) 7 y 8 de infanter�a, que suman m�s de mil quinientos hombres. Luchan en Chacabuco, Maip�, Cancha Rayada y luego emprenden el camino hacia el Alto Per� y Lima. Muchos mueren congelados al cruzar la Cordillera. Otros corro�dos por la gangrena. Y cientos de ellos en los campos de batalla despedazados por el fuego de la artiller�a realista. San Mart�n nunca dej� de reconocer el valor de sus pardos y morenos, y su esp�ritu amplio dese� reunirlos desde un primer momento con las tropas formadas por criollos descendientes de espa�oles. Pero el esp�ritu racista fuertemente arraigado en la poblaci�n se lo impidi�, como �l mismo lo reconoce en una carta al Secretario de Guerra: �En efecto el deseo que se anima de organizar las tropas con la brevedad y bajo del mejor orden posible, no me dej� ver por entonces que esta reuni�n [de negros y blancos] sobre impol�tica era impracticable. La diferencia de clases se ha consagrado en la educaci�n y costumbres de casi todos los siglos y naciones; y ser�a quimera creer que por un trastorno inconcebible se allanase el amo a presentarse en una misma l�nea con el esclavo� (Mendoza, 11 de febrero de 1816). Apesadumbrado por la falta de comprensi�n y patriotismo de los porte�os, Pueyrred�n le escribe a San Mart�n (16 de diciembre de 1816) que ha debido revocar el decreto de embargo de esclavos por el clamor de sus compatriotas: �naci� el disgusto general�, afirma. Por lo tanto se ve obligado a renunciar a todo intento de env�o de tropas. Pero si bien los porte�os no permiten el embargo de sus negros, aceptan entregarlos ciertos d�as de la semana para que les ense�en el manejo de las armas, los organicen en compa��as y les inculquen principios de disciplina militar. Adem�s de realizar trabajos dom�sticos, ellos velan por la tranquilidad del sue�o de sus amos. En la guerra contra el indio en la frontera de Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y C�rdoba tambi�n aparecen tropas de color. En compa��a de los gauchos, enrolados como ellos, por la fuerza, los libertos emprenden la defensa de los intereses ganaderos y conquistan nuevas tierras para que las usufruct�en otros. Rosas, Urquiza, Mitre, gobernadores y caudillos del interior disponen y abusan de la tropa de color. Las listas de soldados, las cr�nicas y partes militares aluden a la actuaci�n que les cupo en distintos hechos de armas. Los �ltimos descendientes de los africanos constituyen la infanter�a en las tropas de l�nea. En los esteros del Paraguay luchan por �ltima vez. Luego, diezmados, regresan a Buenos Aires. Ya en aquellos a�os, sobreviven muy pocos de sus hermanos de raza. Algunos los calculan en no m�s de seis mil almas. Finalmente, en 1871, la fiebre amarilla, que hace estragos entre los pobladores hacinados en los conventillos de los barrios del sur de la ciudad de Buenos Aires, cobra gran n�mero de vidas entre ellos, terminando de hecho con la mayor parte de los hombres de color.
Un orgulloso pa�s de blancos En nuestro pa�s, muchos vieron y, por qu� no decirlo, muchos ven la desaparici�n de la poblaci�n de color como un hecho positivo. Hace varios a�os, un conocido diplom�tico e internacionalista argentino sosten�a esa tesis en una conferencia que pronunciara en la Universidad de Harvard en Estados Unidos. Expres� entonces que �es digna de recordar la circunstancia favorable que las razas inferiores, indios y negros, casi se extinguieron durante el primer siglo (de la independencia). Las guerras de l�mites, las enfermedades y el alcohol, han reducido a las aguerridas tribus ind�genas a peque�os grupos de menos de diez mil almas, diseminadas en diferentes regiones del pa�s. La abolici�n de la esclavitud �agregaba�, proclamada por el Congreso argentino de 1813, origin� un movimiento de gratitud (sic) en la poblaci�n negra y como consecuencia, todos los hombres capaces de usar armas se unieron voluntariamente en los ej�rcitos patriotas y en la guerra contra la dominaci�n espa�ola. Adem�s los negros tomaron una parte activa en la rep�blica. La homogeneidad de la poblaci�n blanca es una de las razones que, unida al car�cter de las instituciones y a los dones de la naturaleza, explican la extraordinaria transformaci�n, cultura, y prosperidad de la Rep�blica Argentina...�.13 Tan entusiasta profesi�n de fe en la superioridad del blanco, frente a las �razas inferiores�, nos exime de todo comentario.
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Referencias 1 La cantidad se desprende de un estudio que realizamos sobre aproximadamente cien viajes entre �frica y puertos de Am�rica durante las �ltimas tres d�cadas del siglo XVIII. 2 Negro bozal: denominaci�n con que se conoc�a al esclavo reci�n llegado a Indias y que no conoce las costumbres ni el idioma. 4 Recopilaci�n de leyes de los Reynos de Indias (libro IV, t�tulo V, leyes IV, VII, XV, XXVIII). 5 Geme por gema, piedra preciosa, joya. Alude con ello al tama�o de la marca. 6 Cf. Ricardo Rodr�guez Molas. Historia social del gaucho. Buenos Aires, 1958, p. 344. 7 El 17 de abril de 1833, la polic�a de Buenos Aires anuncia en el peri�dico El Lucero �que establece la condena de veinticinco azotes a todo negro que encuentre jugando� y agrega �que si se tratase de un hijo de familia, a veinticuatro horas de prisi�n�. 8 Nombre para designar a los esclavos negros sin influencias �rabes y que no son mestizos. 9 Negro entre siete y diez a�os. 10 Disponemos de escasos informes posteriores a 1810 y suponemos que el porcentaje ser�a similar a los que se desprenden de las series estad�sticas posteriores. Entre 1813 y 1815, de 2003 nacimientos de ni�os cuyas madres son esclavas, sobrevivir�n al parto s�lo 1253 (37% de muertes). Y dentro del l�mite de las posibilidades, teniendo en cuenta la mencionada cifra, podemos sostener que las muertes al a�o de vida alcanzar�an a un 50%. 11 Miguel Acosta Saignes. Vida de los esclavos negros en Venezuela. Caracas, 1967. 12 En el Archivo General de la Naci�n pueden consultarse los miles de expedientes de la Comisi�n liquidadora de las deudas de las guerras de la Independencia y la emprendida posteriormente contra el Imperio del Brasil. Hasta el �ltimo cent�metro cuadrado de las telas para los uniformes fue meticulosamente abonado a los comerciantes porte�os y a los importadores. Los esclavos, en la mayor parte de los casos, pagados en el momento. Por otra parte todos, o casi todos, los descendientes de los oficiales, y aun aquellos que en su vida tomaron un fusil, recibieron pensiones graciables del Congreso... Mientras tanto los soldados negros sobrevivientes arrastraban sus mu�ones y sus miserias por las calles de Buenos Aires, Mendoza y otras ciudades. 13 Estanislao S. Zeballos. Las conferencias de Williamstonn. Buenos Aires, 1927, p�gina 81. Bibliograf�a: Acosta Saignes, Miguel. Vida de los esclavos negros en Venezuela. Caracas, 1967. Aguirre Beltr�n, Gonzalo. La poblaci�n negra de M�xico. M�xico, 1946. Carvalho-Neto, P. El negro uruguayo (hasta la abolici�n). Editorial Universitaria, Quito, 1965. Cornevin, Robert. Histoire du Congo. Paris, Editions Berger-Lev-rault, 1966. Dieudonne Rinchon, R. P. La traite et l�esclavage des congolais par les europ�ens. Histoire de la deportation de treize millions deux cent cinquanten mile noirs en Amerique. Bruselas, Vanelsche, 1929. Donnan, Elizabeth. Documents illustrative of the history of the slave trate to America. Washington, 1930-1935, 4 vols. Julien, Andr�. Historia de �frica desde sus or�genes hasta 1945. Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1957. Mannix, Daniel y Cowley, M. Historia de la trata de negros. Madrid, Alianza Editorial, 1968. Mellafe, Rolando. La esclavitud en Hispanoam�rica. Buenos Aires, Editorial Universitaria, 1964. Molinari, Diego Luis. La trata de negros. Datos para su estudio en el R�o de la Plata. Buenos Aires, Facultad de Ciencias Econ�micas, 1944. Petit Mu�oz, Eugenio; Narancio, Edmundo M. y Traibel Nelcis, Jos� M. La condici�n jur�dica, social y pol�tica de los negros durante el coloniaje en la Banda Oriental. Montevideo, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, 1948. Saco, Jos� Antonio. Historia de la esclavitud desde los tiempos m�s remotos hasta nuestros d�as. La Habana, 1937-1944, 5 vols. Scelle, George. La traite negriere aux Mondes de Castille. Par�s, 1906, 2 vols. Studer, Elena F. S. de. La trata de negros en el R�o de la Plata durante el siglo XVIII. Buenos Aires, Facultad de Filosof�a y Letras, Instituto de Investigaciones Hist�ricas, 1958. |
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