ARIEL
RAMIREZ - "Y AHI ESTABAMOS TODOS LOS QUE DESPUES
FUIMOS"
Por Senda Folclórica
En solo
tres palabras resumimos una de las obras más hermosas
de Ariel Ramírez, “La misa criolla”, el punto exacto
donde converge el folklore argentino con la expresión
religiosa cristiana más pura. Solo este disco lleva
vendido más de 10 millones de copias en todo el mundo.
Varios años le consumió el milagro de su creación sin
imaginar la verdadera dimensión de la obra. Más de 60
años dedicados a nuestro folklore con obras como
“Cantata Sudamericana”,”Mujeres argentinas”, “Navidad
nuestra”,” Coronación del folklore”, “Los caudillo” son
algunos de sus éxitos. Verdaderos hitos que traspasan
nuestra frontera hasta hacerlas universales como la
frase de Gloria “En la tierra, paz a los hombres”...
-Cuando
llegué a Buenos Aires en 1943 desde Santa Fe, mi
provincia natal, lo hice invitado por don Atahualpa
Yupanqui, quien había armado junto a Carcavallo dueño
del Teatro Alvear en ese momento, un elenco de
provincianos de todo el país. Quienes debutamos en ese
escenario con la esperanza de llegar a tener un nombre
reconocido de dentro de la música folklórica, nos
encontramos con un público errante. Aunque era de
entrada gratuita, un día estaba lleno y al otro no
venía nadie. Una decepción que obligó a Carcavallo a
decirnos que lamentablemente tenía que levantar a
temporada de 5 o 6 meses por falta de público. Y ahí
estábamos todos los que después fuimos. Sin embargo
el tiempo lento, muy lento fue haciendo brillar primero
el nombre de dos salteños. Uno era el conjunto de Los
Chalchaleros, el otro Eduardo Falú. A partir del año 50
o 51 esto se revertió totalmente y el país se enteró
que había una música que se llamaba zamba, chacarera,
carnavalito y tantas otras que fue difundiendo
posteriormente. Hoy esa música está en el mundo y
tiene la misma fuerza que tenía en la década del ‘50,
’60 o ’70. Después tuvo problemas de tipo político que
la descuartizaron.
-La
música como el agua horada la tierra…
-Muy buena
la comparación. En este momento estamos en un
resurgimiento total de nuestra música. Debemos apoyarla
sin olvidarnos del tango que nos representa en el mundo
con un sello muy particular.
El año
pasado estuve en Japón y me quedé asombrado como ese
público con una cultura tan diferente a la nuestra,
cuando yo tocaba zambas, chacareras junto a mis músicos
y cantores, ellos con un mal español también las
cantaban y las aplaudían de pie. No, nuestra música no
ha muerto, está en el mundo más viva que nunca.
-¿Le
cuesta a usted encontrar como músico letras con el
suficiente fundamento para que las acompañen enlazadas
en el mismo camino?
-Bueno,
siempre en mis composiciones me he limitado a dos
poetas, a lo mejor tres no más. Uno es Félix Luna, con
quien nos conocemos desde la juventud y el otro Miguel
Brascó comprovinciano que ha escrito todo lo que
compuse en el Litoral, pero la música tiene que variar
según donde sea interpretada. A mis canciones las
cantan diferente en todas las provincias porque el
ritmo es diferente. Santiago del Estero al igual que
Salta conservan la fuerza de nuestro folklore de hace
cincuenta años. Estos últimos años han aparecido
conjuntos sensacionales que además llenan estadios,
plazas, todo. No cantarán de la manera que uno
quisiera pero no tengo derecho a negarme que eso es
nuestro hasta el corazón, porque te tocan hasta el
alma. Hay quienes no les pueden gustar pero nosotros
sufrimos lo mismo. Sin embargo cuando componía… ¡lo
más importante era que me gustara a mí!
-Hablemos
de sus comienzos
-Yo nací en
Santa Fe, donde me crié y estudié hasta recibirme de
maestro. Casi una obligación en mi familia. Mi padre
y todos sus hermanos lo fueron. –“Primero maestro
después hacé de tu vida lo que quieras”- decía papá.
Entonces ejercí como docente de la escuela Normal de
Santa Fe a los 18 años. Estudié piano desde los 16
años, para luego entrar en el conservatorio nacional.
Pero amaba la música de mi tierra, al asistir a un
concierto dado por el pianista y musicólogo Arturo
Shianca, decidí familiarizarme con los cantores
populares. Me radiqué en Córdoba donde conocí a un
hombre que me ayudó con un pasaje de segunda clase para
irme a Jujuy y me dio $10 para comer durante 5 días.
Allí es donde inicié mi verdadera carrera. Ese hombre
se llamó Atahualpa Yupanqui. Cuando escuchó mi música
no dudó en aconsejarme-“Usted tiene que ir al norte
para aprender lo que es un carnavalito o una zamba”- Y
tenía razón, allí aprendí de esos ritmos todo lo que no
se puede aprender leyendo una música mal escrita,
porque yo tocaba todos los chamamés o la música
pampeana, pero gracias don Ata que me ayudó de esa
manera, con apenas 20 años me fui a vivir a la casa del
doctor Justiniano Torres Aparicio, quien amaba la
música nuestra. Después me mudé a Tucumán, Santiago
del Estero, Salta, La Rioja, Catamarca, Mendoza,
siempre ayudado por distintas familias. Después vine a
Buenos Aires y de aquí al mundo. Con la suerte que
nuestra música es reconocida en todos los países.
Porque hay gente a la que le debemos eso como Eduardo
Falú, Los Chalchas, Atahualpa Yupanqui, Los
fronterizos…
-Como
conoce a ¿Eduardo Falú?
-Fíjate que
cuando llegué por primera vez a Buenos Aires me
recomendaron un hotelito, el más barato de plaza
Cerrito 34- todavía no existía la Avenida 9 de Julio-
La habitación que me dieron n o tenía ventanas y de
puerta una cortina que subías y bajabas a discreción.
Al lado un tipo que tocaba la guitarra y no me dejaba
dormir. Yo me acostaba a las 5 de la mañana y este
tipo ya estaba ensayando. Bueno ese era Eduardo Falú,
ahí nos conocimos y hoy somos casi hermanos ya. El ya
era pelado y yo era flaco (risas). Así nació una
amistad que dura hasta hoy.
-
Cientos de canciones hace difícil la elección de una
para contar su trasfondo.
-Yo diría
que es imposible elegir, me gustan todas, pero les
contaré de una.
Tengo una
zamba que ya está en el mundo, se llama “Alfonsina y el
mar” está dedicada a la escritora Alfonsina Storni,
porque ella tuvo un maestro en su infancia que se llamó
Zenón Ramírez, era mi padre Cuando ella murió fue el
quien me contó su vida y todo su sufrimiento. Lo
cierto es que cuando estaba componiendo Mujeres
Argentinas se cumplía un nuevo aniversario de su
muerte. Entonces Félix Luna me dijo-“No podés dejar de
escribir sobre Alfonsina”. Y me trajo sus poemas.
Muchos que ya conocía por mi padre. Me llevó a ver los
diarios del día de su muerte, cuando recogieron su
cadáver y lo metieron en un tren que llegó a
Constitución. Cuentan los diarios del ’38 que hubo
más de 2000 personas en la estación para recibir sus
restos. La poetisa, la gran mujer y la directora de
enseñanza de niños. A ella que se crió en Coronda con
su padre y se educó con el mío, la esperaba un público
de niños de 10 a 12 años, 15, 20, quienes habían dejado
de serlo pero habían sido alumnos de ella. Ese acto de
amor me conmovió profundamente. Si bien yo no la
conocí personalmente, mi padre me había trasmitido
mucho de su infancia. Entonces me resultó muy fácil
escribir sobre ella. Primero yo hago la música y Luna
escribió la letra. Hoy es una de las canciones más
famosas en el mundo. No hay país que no la cante, En
Israel, Grecia, Holanda, traducida a muchísimos
idiomas.
Un
piano…un hombre…un destino.