CHANGO SPASIUK.
COLGADO DE SUS HOMBROS COMO
UN PAJARO HERIDO. EL
ACORDEON
Por: Graciela Arancibia
Al comenzar a tocar sus
canciones, su sombra se
ampara aleteando en la del
Chango Spasiuk, y las dos
empiezan a soñar con palomas
en la senda del teclado. Su
música tiene la calidad y el
sello de pertenencia del
nordeste argentino, donde la
brillazón de las lagunas, el
rumor de juncales, el verde
de la vegetación o una luna
asomando en las lomadas se
amparan en la roja tierra
misionera, desplegando los
sonidos de su fuelle
desvelado, volando juntas
bajo el cielo chamamecero.”Nací
en Apóstoles, Misiones, una
región donde la música es
como una pintura, la
variedad de colores es como
un tesoro para crear mi
cuadro sonoro, mis imágenes
y así construir mi música a
esa diversidad varía con
mayor o menor límite. La
música de una región es toda
esa lectura más o menos
amplia, desde la compleja a
la más simple”.
Chango desde la primera hora
-En tu lugar de nacimiento
es más fácil llamarse gurí
que chango.
-Mi padrino de bautismo era
uno de los doctores del
pueblo de nombre Abraham,
un jujeño que vivía en
Apóstoles ,cliente de la
carpintería de papá.
Seguramente al crearse la
situación de ser elegido
como padrino de bautismo y
atender el parto de mamá,
hablaba de chango por acá,
changuito por allá, y
Horacio que es mi nombre
desapareció. Cuando
apareció la música Chango ya
existía. Hubiese sido como
una situación poco creíble
la de sentarme a pensar un
nombre. Era muy incómodo
imaginarme como me podía
llamar para dedicarme a la
música. Yo no la considero
un oficio o una carrera que
esté asociada con los
medios, simplemente es mi
vida. Tenía la certeza de
tocar chamamé o música
regional desde antes de los
diez años y antes de tocar
el acordeón ya me llamaba
Chango, era así como mi
gente me llamaba.
-¿Cuando formaste tu primera
banda?
-Mi primer grupo fue con mi
papá y mi tío marcos, violín
guitarra y acordeón.
Después tuve a un compañero
de escuela secundaria
Ricardo Oviedo, y Mario
Fernández un hombre de
muchos oficios, uno de ellos
ser musiquero del pueblo.
Dos guitarras y un
acordeón. Con esa formación
de trío toqué toda mi
adolescencia. Cuando en el
año ‘87 me fui a vivir a
Posadas lo conocí a Jorge
Suligoy con quién grabé
mis tres primeros discos,
él me acompañó en mi venida
a Buenos Aires y formó parte
de un grupo que armé con un
baterista y un bajista.
-¿Que significó el fuelle
del primer acordeón para ese
chico de diez años?
-Humm… Habían pasado más de
20 años desde que mi papá me
compró el acordeón, al que
se lo llevó el tiempo,
cuando unos amigos se
ocuparon de rastrearlo,
encontrarlo y hacerme el
regalo de tenerlo
nuevamente.
-Transcurre dos veces la
vida con vos.
-Sí, volvió. Estaba
totalmente destruido casi no
se podía tocar. Lo primero
que hice fue mirar
su fuelle, donde todavía
tenía pegadas las cintas de
plástico con que lo había
parchado a mis
diez años para que no
pierda aire.
-¿Lo pudiste reconstruir?
-Está en ese proceso.
Cuando me reencontré con él
no pasé por la acción de
rebobinar una cinta de
video, buscando encontrar el
lugar de su recuerdo.
Simplemente ver esas
cintas, tocarlas, significó
una percepción muy difícil
de explicar. No las toqué
como ese niño que tenía su
primer acordeón. No, ese
niño no pensaba y ahora que
soy grande trato de no
pensar… ya he pensado
demasiado… (Risas)…Quiero
acercarme a la música sin
pensar. Creo que es una
relación muy superficial la
de pensar en la música.
Sucede que en el folklore la
gente quiere escuchar lo
nuevo pero, por lo general
te pide que toques algo que
ya escuchó. Entonces dice
¡Ah! Ya escuché esto, es de
Cocomarola, Montiel, es de
tal disco. Es una relación
tocar algo que ya masticó,
probó. A mí me gusta ser
tocado por algo que uno no
puede manejar, no lo puede
controlar. En ese sentido
no me gusta pensar en la
música. Es el sonido de “El
toro”, “Kilómetro 11” o en
una composición que
escuchamos...si está tocado
con una presencia con amor
pero con un amor en todo el
sentido de esa palabra, no
importa por donde va esa
cadencia solo importa lo que
sucede con ese sonido. Que
fibra le toca a uno cuando
hace esa música, y la que le
toca a ese sonido cuando es
tocado por el sonido que
está enfrente. Por eso no
sé si es un lugar para
pensar. Cuando tenía mi
acordeón no pensaba, para mí
era algo que me dejaba sin
aire. Después uno se va
endureciendo, estructurando
y es más difícil sentir lo
mismo.
-Sin embargo se te ve
siempre en la búsqueda.
-Siempre estoy tratando de
desestructurarme pero la
vida, el trabajo, el oficio,
las responsabilidades de
ocuparse de cosas que uno
cree son importantes y de
golpe uno se pregunta
¿Porqué estoy ocupado con
esto que no tiene tanta
trascendencia? Lo que
hacemos todos es querer
volver a ver el mundo con
esa intensidad, vivir con
ella, ser tocado por la
música de esa manera. No
estar pensando todo el
tiempo. Si abarcamos todo el
espacio no deja lugar para
nada más. Cuando agarré mi
primer acordeón me conecté
con eso.
- ¿Hay mucha entre afinidad
ese antropólogo que no fue y
el músico?
-En realidad yo no quería
ser antropólogo, quería ser
músico. No sé si la palabra
es culto, solamente más
formado, simplemente eso.
Como pienso que no podía
andar por la vida sin saber
de lo que hablaba quise
tomarme la responsabilidad
del oficio, quería ampliar
mi forma de ver las cosas,
pero duró poco, curse un año
en la facultad, que me
sirvió para una lectura
antropológica, tuve la
oportunidad de escuchar
música que hasta ese momento
no conocía. De golpe me
encontré con compañeros que
atesoraban un cuarto lleno
discos de vinilo de pared a
pared. Para mí fue entrar en
un nuevo mundo Dino Saluzzi,
Astor Piázzola, Jimmy
Hendrix, Chick Korea,
Hermeto Pascoal, Los Jaivas…todo
un universo de músicas que
estaban sucediendo en los
últimos 20 o 30 años. Hasta
ese momento solo había
escuchado música del litoral
y de manera muy limitada
porque en mi casa no eran
melómanos, no había muchos
discos, lo que se escuchaba
era en vivo o de la radio.
-En “Polcas de mi tierra”
hiciste una buena
investigación
-Con trabajo de campo, con
relevamiento etno-músicologico,
de hecho es bastante
distintivo ese proceso de
conocer y saber que es lo
que hay que contar, como
hacerlo, que es necesario
para construir su mundo
sonoro y que no. Yo siento
que la gente se confunde con
“Polcas de mi tierra”.Es un
disco donde yo hago mucho
hincapié en la música que
tocaba mi papá, que había
aprendido de la de mis
abuelos y que se tocaba en
esa zona de Misiones, pero
en realidad el disco es un
homenaje a esos inmigrantes.
Música de fines del 1800 que
era solo de inmigrantes
hasta casi los ‘90, en donde
ya era música de todos,
parte de nuestro folklore
argentino. Cuando uno habla
de la música del nordeste
argentino habla del chamamé,
el ritmo que es más
poderoso, que tiene una
historia más rica, más
antigua, hay elementos que
hacen a la música del lugar
la chamarrita, el rasguido
doble, el shottis, las
polcas rurales, la galopa,
la ranchera, el valseado
todo eso hace a la música de
una región donde el chamamé
es la columna vertebral, la
estética mas definida de
todo ese lenguaje. Cada
provincia no es un país,
conforman una región
limitada por dos grandes
ríos, con un clima
subtropical, entonces la
música es la expresión de
todo ese contexto y tiene
infinitas lecturas, porque
todo ese escenario cambia
algunos son más áridos,
otros de lagunas y
pajonales, algunos más
llanos, otros con monte y
tierra colorada. Todo eso
es la región y el hombre se
expresa con ese lenguaje que
tiene tantas caras, sino se
crea una confusión, la gente
dice “toca polcas porque es
del nordeste”.
APRENDIZAJE EN EL CAMINO
-¿Qué te lleva a caminar
desde Apóstoles a Posadas,
Buenos Aires, el país y
después a lugares
reconocidos mundialmente?
-Nunca pienso “¡Qué bueno
sería tocar en tal lugar que
vi por la tele!”. Yo trato
de estar fuera de esa
fantasía. No hay un lugar
territorial mejor o peor
para tocar. El mejor es
donde hay personas
dispuestas a compartir ese
momento. Simplemente eso. La
presencia o el interés real
de escuchar de esas personas
y el tuyo de tocar. Eso
hace que un escenario sea
distinto.
-¿Fue dificultosa la llegada
a Buenos Aires?
-Fue muy duro. No tenía
discos, carrera, ni
conocidos ni familia…nada.
Como dice Bartok “Lanzarse a
lo desconocido desde lo
conocido pero intolerable”.
Yo no tengo la visión de
porvenir de una ciudad
interior. Encontré tantas
personas magnificas acá y en
muchos pueblos gente
intolerante, soberbia. El
único problema es que la
ciudad no tiene espacio.
Tiene un ritmo que no da
lugar a otra cosa. Un ritmo
y una fricción que nos hace
vivir demasiado tensos y
estresados. Cuando llegué
aparecieron pequeños
lugares, peñas, personas que
ayudaron que las cosas
empezaran a abrirse. Pero al
no tener manager, oficina,
ni discos vivía entre
Misiones y Buenos Aires.
-¿las distancias hacían que
el músico sintiera esa
fricción?
-Obvio. Lo que más me hacía
sufrir es que no tenía gente
conocida donde quedarme, y
no había muchas
oportunidades de conocer a
alguien caminado por la
ciudad, es muy distinto en
un pueblo donde todo el
mundo se conoce. Fueron
impresiones nuevas,
conocimientos de otro tipo.
No sé si siempre desde el
interior se debe venir a
Buenos Aires… a lo mejor hay
otros caminos para ser
conocidos. El mío fue así.
Yo no era muy conocido en
Misiones ni tenía padrino en
Buenos Aires. Simplemente
era algo como decir”-Acá no
estoy cómodo, voy en
búsqueda de otra cosa”-. Al
viajar las cosas fueron
apareciendo en el camino,
como un horizonte que se va
corriendo a medida que uno
va caminado y las
expectativas y objetivos van
siendo diferentes. “Lo único
que importa es caminar, las
utopías ¿para que sirven?”
dice Galeano. “Para caminar
nada más”. Cuando llegué en
el ’98 pensaba ir a Cosquín.
Cuando estaba allí quería ir
a otros lugares. ¡Ojo! No
desde es sentido del
capricho “¡Quiero que me
acepten!, sino desde una
necesidad de llevar adelante
el desarrollo de mi música.
-¿Fue beneficioso ser
consagración del festival
de Cosquín?
-Sí, surgió mi primer disco,
tuve oficina y empecé a
tocar. Era ese niño que
todas las madres quieren
tener, que hablaba tan bien
de los adultos, los pájaros
y la tradición. De golpe
cuando mi música empezó
cambiar no era más ese niño
querido…. Después cambió
mucho el circuito de los
festivales de folklore a
cuando comencé. Las
condiciones técnicas con las
que uno tocaba no eran ni
parecidas con las que toco
ahora. Pero en
contrapartida había un poco
más de real atención. Hoy
hay más dispersión en rasgos
generales y a lo sumo uno
con un poco de oficio se
podía imponer esa
atención. Yo estaba en
Córdoba cuando Yupanqui en
un festival, que todavía
sigue levantando las
banderas de ser un lugar que
defiende las tradiciones,
terminó diciendo-“Disculpénme,
yo no puedo imponer mi canto
a los gritos”. Eso se vio
mucho en los ‘90. Lo que
nosotros llamamos el
circuito, en vez de ser un
lugar más amplio es cada vez
más estrecho. Aunque la
música folklórica sea cada
vez mediáticamente conocida,
haya más revistas, lo que yo
veo es que todo es más
limitado.
-¿Cuando empiezan a abrirse
las puertas del exterior?
- Es importante aclarar que
siempre me sentí muy querido
y respetado en Argentina,
pero en los años ’90 el
folklore se hizo más masivo
y yo tenía menos lugares
donde tocar porque mi música
había cambiado después de
“¿Bailamos y?”, mi sonido
era cada vez mas distinto.
Después llegué a tener que
producirme
independientemente “Polcas
de mi tierra” y “Chamamé
crudo”. Con este disco se
abrieron las puertas de
Alemania, Inglaterra, el
festival de jazz en Montreal
Canadá.
-La prensa te ha recibido
muy bien.
-Sí, es muy linda la mirada
no contaminada sobre esta
música. Es muy típico de
nosotros ponerle una carga
social muy grande a la
música, a los oficios a los
tipos de personas.
Enseguida asociamos una
música con un montón de
cosas que limitan el
acercamiento a otras
músicas. Por ahí asociamos
el chamamé con una música
bailable de sapukay largo y
alegre, y desconocemos toda
una discografía de chamamé
que es contrapuntística
reflexiva, profunda. Lo que
sucede en el exterior es
que no existe esa cantidad
de cosas entre la música y
las personas. Son oídos
vírgenes donde lo único que
importa es el sonido, no la
carga social. Ellos ven al
chamamé como un tesoro de
una región donde solamente
creían había tango.
- Eso te llena de
responsabilidades.
- Es muy interesante. Tengo
la responsabilidad de saber
que es el chamamé, su
contexto, quienes son los
referentes. A veces hacen
preguntas que ni uno se
hace. Cuando esas aparecen
uno se toma su tiempo,
preguntándose interiormente
¡Ah! ¿Cómo contesto sin ser
un irresponsable? Trato de
llevarlo delante de la mejor
manera posible.
EL PODER DE LA PALABRA
-¿Alguna vez cantaste?
-No me gusta. No sé cantar.
Cuando lo hago, tal vez en
mi casa, no siento que me
exprese lo mismo que cuando
toco. En mi disco lo hace
Sebastián Villalba que tiene
una voz increíble. Ese es
el tipo de cantor que me
gusta, no subraya, no pasa
con flúo lo que canta,
simplemente lo hace como un
pájaro. Dice lo que hay
para decir sin exagerar. Lo
importante para mí no es
separar la voz de la
música. Hay como una sobre
valoración de la palabra. Yo
hago mucho hincapié que todo
es un lenguaje sostenido por
el sonido. El sentido se lo
da ese sonido. Para mí es
importante un disco o un
concierto cuando está la voz
sin texto, como un
instrumento para construir
un discurso. Un mundo
sonoro, algo que cuenta
algunas veces con
instrumentos, a veces solo
diciendo un texto. Todo
está expresando algo, pero
la palabra nos da la
oportunidad de digerirlo más
rápido. No todo en la
música está para entender ni
para explicar, no todo se
puede entender con nuestra
percepción y concepción.
Hay un montón de cosas que
se dejan atravesar, tocar
pero cuando no es así hay
muchos otros procesos que no
son la explicación, el
pensamiento. Para mí no
tiene mucho sentido las
palabras vanguardia y
tradición. Por ejemplo:
Cocomarola, chamamé
tradicional. Para mí es
solo chamamé. Esa música
tiene infinitas caras y
lecturas tremendas como la
de Cocomarola Montiel,
Blasito Martínez Riera,
lecturas profundas y algunas
otras lavadas. Todas son el
chamamé. Yo creo que lo de
nuevo o viejo no existe.
Mi tema “Búsqueda”, dura
como 10 minutos y tiene 6
movimientos. Tranquilamente
eso combina con “Mi bien
amada” de Cocomarola. No
son cosas peleadas.
- ¿El Chamamé como lenguaje?
-¡Claro! Es el sonido de una
zona, de un lenguaje que yo
uso. El Chamamé como música
tiene su propia vida, ella
excede de mi existencia
limitada en este plano
físico mío, excede la
historia de cada músico.
Simplemente soy usado por
este lenguaje para hacer una
lectura más, para quemar una
etapa de las que fueron y
serán quemadas. Hay un
proceso paralelo, uno usa y
es usado, en el buen sentido
de la palabra por este
lenguaje para hacer su
propio camino, para ir en la
dirección de mis propias
búsquedas y expectativas del
arte y la música. Yo lo
hago con la responsabilidad
de tener un conocimiento
profundo del tema.
-Hablabas del Chamamé como
columna vertebral de la
región, el tuyo es el de la
nostalgia, de la soledad…
-La música de mi región
dispara las imágenes de ese
lugar donde he vivido, se
conecta con situaciones que
no siempre son visuales, lo
hace desde una sensación, un
vacío donde no hay
imágenes, es mucho más
profundo y más interesante.
Cuando esbozo esta soledad
no quiere decir que tenga un
real conocimiento de su
significado, por ahí es una
oportunidad no de pertenecer
a algo masivo… colectivo,
sino la música como la
conexión a algo individual,
saber donde estoy parado en
medio del paisaje, de la
cultura, de la historia del
lugar donde vivo y mi propia
historia dentro de ese
contexto. Entonces ella es
la herramienta necesario
para ir en dirección de esa
pregunta, no se si podrá
contestarla, sino que ella
me ha puesto en movimiento y
lo sigue haciendo. De hecho
la palabra soledad sigue
teniendo distintos
significados. Uno cree que
significa una cosa y luego
descubre que es como creer
que se tocó el fondo de
algo, creyó que su
significado ya dio todas las
expresiones, y de golpe se
abre una puerta y hay más,
más y más. Yo estoy en un
movimiento donde sigo
descubriendo el significado,
el me excede como me exceden
muchas palabras que usamos
habitualmente: tradición,
vanguardia, vida, arte,
amor. A todas las usamos con
regularidad que nombramos
mate, mesa o silla... No sé
si tienen el mismo calibre.
TAREFERO DE MIS PAGOS
-¿Porque “Tarefero de mis
pagos” es un disco
totalmente acústico?
-Yo quería trabajar con
materiales más puros. No es
lo mismo una guitarra que va
a través de un cable que una
que se la escucha de
frente. Cuando tenés claro
lo que vas a decir, empezás
a pensar como y con qué vas
a tocar este acorde, con qué
vas a frasear esta melodía.
Y cuando uno empieza a tocar
con instrumentos acústicos
la fuerza en la música ya
no es tan muscular, no es el
volumen ni la presión
sonora. Uno aprende a
confiar en otro tipo de
fuerza…en la que podría ser
el contenido, el sonido
mismo, no es el volumen.
Cuando uno toca acústico, es
muy interesante poner cajón
en vez de batería, bajo
eléctrico en vez de usar el
contrabajo. De golpe se
empieza a revalorar un
montón de cosas. Se aprende
a confiar que hay otra
fuerza que volumen no es el
sonido fuerte, la palabra
desarrollo toma dimensión.
No necesariamente ella
quiere decir ir hacia lo
complejo, sino tocar cada
vez más simple, más
despojado…
-Hablemos de su contenido.
-Lo grabé en Ion, Buenos
Aires y fue mezclado en
Londres, el sonido es tan
exquisito que parece música
de cámara. En una primera
impresión parece un disco
tradicional. La idea sobre
un sonido acústico es la
vanguardia, de renovación,
la electrónica y los
instrumentos no
convencionales. Son lecturas
muy infantiles. Vanguardia
y tradición, son palabras
muy usadas habitualmente. No
sé si se tiene un
conocimiento profundo de su
significado .No en todos los
temas toco con el octeto,
porque no todos tienen la
misma dinámica y estética,
lo que importa es como un
discurso, a veces de dicen
cosas con muchas palabras y
hay otro donde se utilizan
muy pocas. Los músicos que
me acompañan son Marcos
Villalba en guitarra y voz,
Víctor Renaudeau en violín.
Juan Pablo Navarro en
contrabajo, Chacho Ruiz
Guiñazú en cajón y
percusión, Marcos Nuñez en
guitarra. Como invitados
Antolín Gómez cantor de
Isaco Abitbol cantando
“Tarefero de mis pagos”ese
chamamé en donde los
hermanos Chávez describen
con tan pocas palabras todo
un universo, con Tilo
Escobar, el acordeonista de
Blas Martínez Riera, a quien
quisimos homenajear su
memoria en “Tome y traiga.”
El día de la grabación sus
hijos me llevaron la manta
que él usaba. Fue muy
emocionante grabar esa
canción con ella sobre mis
piernas .Para mí Blasito es
el quinto músico más
importante del chamamé
después de Cocomarola,
Montiel, Isaco, Tarragó. Hay
13 temas, 9 de mi autoría.
Chamamés muy definidos y
otros que se diluyen. Me
gusta mucho el tema “Chaco”
con el n’vike donde todo se
percibe como si estuviera
fuera de foco por las altas
temperaturas, me resulta muy
visual esa música. “Tarefero
de mis pagos” es un disco
donde me siento
representado, creo que he
hecho una gran síntesis de
mi música.
- Volviste a grabar “Chamamé
crudo”.
-Sí. Había grabado escenas
de “La vida en el borde”,
que en un principio fue para
un documental. El
significado para la
documentalista era el borde
de los ríos Uruguay y
Paraná, después era el borde
de la vida. Para mí empezó a
adquirir un montón de
significados de esa vida, de
una forma de pensar. La
palabra entra a calar en un
montón de lugares. Por eso
volví a grabar el tema cada
vez más despojado. Sentí
que tenía un significado
diferente a la lectura de 5
años atrás. Esa cosa del
génesis, de algo abstracto,
sutil, siempre con nuestro
análisis mental.
Situaciones históricas,
papeles firmados para hablar
de la historia de una
música…el año tal sucedió
tal cosa…Yo quería hablar de
la música a través de la
música y no de las palabras…
no del texto sino del
lenguaje mismo.
-¿Que significó el premio de
la BBC de Londres?
-Una muestra de respeto e
interés real por mi trabajo
y el de un montón de gente,
un equipo que viene
trabajando conmigo estos
últimos tiempos. Estos
esfuerzos se ven reflejados
en ese premio. Me puso muy
feliz, creo que es algo que
vale la pena. Fui, toqué y
me abrió muchas puertas.
Eso ayuda a que pueda seguir
adelante mi trabajo. Tanto
en Europa como en Argentina
hay mucho por hacer en
distribución. Trabajamos
mucho con Ben Mandelson a
quien más que un productor
considero un súper
productor.
- ¿Que motivó la tapa del
disco?
- Sentí que no tenía que
estar en la tapa. Ya he
estado en muchas y
seguramente estaré en
futuras, lo importante era
la música. Cuando salió de
cada 10 argentinos 9 no
sabían que un tarefero es
quien cosecha la hoja de la
yerba mate, un oficio, un
mundo que se expresa con una
música, con una forma de
vivir. Siendo que es un
país en donde el mate es su
bebida popular. Lo usé como
una herramienta de
comunicación. Al salir en
Europa quise ayudar a
enfocar el origen, me
imaginé que una persona que
no sabía nada de nuestra
región del nordeste
argentino al ver el reverso
de la portada del disco
vería un camino rojo, un
paisaje, el hombre y su
oficio, una reseña.
- ¿Que te sugiere la palabra
chamamé?
La idea de chamamé es el
gaucho, las espuelas, el
zapateo, el sapukay. Yo
creo que esas cosas están
muy en la superficie, es una
forma muy infantil de
verlo. La música es un
misterio al cual uno
responde con el misterio del
sonido. Lo que sucede es
que detrás de lo que
llamamos chamamé hay un
sonido generado por un
acordeón, un guitarra, una o
varias voces. En algunos
temas más que fragmentar yo
quiero unir. De hecho somos
un país muy fragmentado, con
mucho desconocimiento. Hay
muchos investigadores como
Pérez Bugallo o Antonio Piñeyro
han escrito mucho sobre este
tema, y falta mucho que
escribir e investigar. No
desde el significado de esta
música sino sobre su
origen. Para mí es como una
cebolla, tiene muchas
capitas formadas por los
poetas, compositores,
momentos históricos,
paisajes, situaciones. Uno
no puede dejar de lado todo
eso, ni limitarlo a un
contexto pequeño.
-¿Eso significa que no
pertenece a ninguna
provincia?
Fíjate que al chamamé se lo
asocia con Corrientes. Algo
que confunde mucho. Es la
provincia más antigua del
nordeste con una población
estable, pero no es la
provincia guaraní por
excelencia. Para mí,
Formosa es más bilingüe.
Ella es el centro de un
espiral, no el espiral. El
lugar donde se dan las
condiciones para que una
música a partir de una serie
de elementos empiece a tomar
forma en ese contexto
histórico-geográfico. Sin
ofender a los demás, ese
lenguaje no le pertenece a
la provincia sino a la
región. El shottis es una
música de mucho tiempo
después como lo es la
chamarrita con muchas
influencias brasileñas, el
rasguido doble y la ranchera
entran a calar, pero el
chamamé es el color y la
estética. Todo lo demás es
producto de la creación. En
mis discos nunca pongo los
ritmos. No importa. Yo sé
lo que estoy tocando. Si es
un rasguido doble tocado más
rápido o si es una polca
rural ¿Importa? ¿Para quién?
Para la cabeza que quiere
seleccionar, acomodarlo en
un estante interior. Para
mí no tiene ningún sentido.
-No te gusta encasillar tu
música.
Hay gente que me dice que en
mi música hay una especie de
melancolía de Europa del
este…puede ser, yo no me
pongo a analizar. Tocar
este ritmo haciendo un uso
bastante amplio de lo que
hay en la región, hace que
algunas personas se
confundan. Yo ejecuto
música popular del nordeste
argentino con una mirada
absolutamente mía, y con un
real conocimiento sobre este
universo. No todo puede ser
explicado. Mi rol no es
enseñar, es nada más que
tocar…apenas tocar. Para mí
hacer música es como
respirar. La necesito para
vivir.